viernes, 16 de mayo de 2008

pink black


Un peso que se desplaza a la derecha junto al tiempo. Un peso que se desplaza a la izquierda enamorado del pasado. Mientras, junto a la eterna humedad de los bosques, una palabra que se convierte en arbusto y un deseo que se convierte en impulso. Pudiendo enmarañarse en lo que piden los ojos, parece esquivar la soledad del otoño. Que triste que este se conforme con la mera intención, nunca logrará confiar en la hojarasca. Y es que parece que nadie desliza ya cartas bajo las puertas de hotel, es tarde para buscar comparaciones propias del siglo diecinueve. En estos tiempos, estos minutos ocupados por la desidia de lo mal intencionado (aunque sea bien intencionado), no se estremecen ni los labios que a medio palmo sienten el ajeno tacto de otros labios. Estos tiempos son los de imaginar como será lo que nadie pide y todos buscan, como sería no engañarse con bombas de confeti y encontrar el regalo que se ha ansiado para el día de reyes, bajo el árbol. Mientras siguen los jueguecitos de los geos con sus cartas, alguien muere en Somalia pretendiendo pagar un rescate por una estufa.

Nadie espera un bombón que el aire impulsa cuando se aburre el tiempo, realmente nadie espera convencer de nada mientras chisca con trazas gelatinosas de licor de cereza, mera provocación la que busca provocar, como si hubiera estado bien concebida para convencer a quien desconfía de la sombra de un abeto. Quien navega hasta el centro de la tierra se pierde frente a las rocas, que son infructuosos intentos. Intentos de nada y de todo, como el mar y su ventisca, como el hielo y su deshielo.