martes, 24 de junio de 2008


He recordado los motivos que cambian los planteamientos. Suele ocurrir que cuando me voy a cualquier lugar alejado de este antro, sé que voy a volver. Da igual lo maravilloso que sea, porque tendré que volverme a encerrar sin probar las oportunidades que el lugar alejado ofrece, o no. No habrá paseos por los barrios antiguos, no habrá gastronomía típica y seguramente ni siquiera un banco donde sentarse bajo los árboles de un parque. Es por eso, que para irme a Madrid o a cualquier otro maravilloso lugar, he de concienciarme de que volveré y de que de nada servirá enamorarse del calor, de la suciedad impregnando las paredes de las calles, de las tiendas obsoletas con una tapia de madera al lado de otras absolutamente modernas, del cielo, de las zonas laberínticas, del metro, de los millones de personas, de los hirvientes pasos de cebra, de los pisos de locas que ponen tabiques para hacer habitaciones-zulo, de los colores, de los idiomas, de los pensamientos ensimismados.
Supongo que el problema es que los lugares alejados de este antro también saben que voy a volver y que jamás me podré enamorar de ellos.

Y anoche, el chisporreteo de las llamas (escasas), suficiente para quemar los propósitos y despropósitos, siendo también suficiente para saber por qué no me debo encandilar de esos lugares alejados cuando estoy tan cerca.

sábado, 21 de junio de 2008


ADORO ese aire, sobre todo en la noche, gusto afrutado, especiado y cálido, seco. Adoro a los amigos de mis amigos y aquellas interesantes conversaciones sobre todo y sobre nada. Parecía una vida trascendental, parecía que algo servía de algo.

Luego, como siempre, volver. Volver y olvidarse de lo que está ahí afuera y todo lo que me pierdo. Volver a las palabras yermas y a la insipidez del corazón. Gente, gente, millares, iguales, caducando mis pasos por las calles que, cuanto más de noche y más solitarias están, más bonitas son.

ODIO este lugar, sobre todo en la noche, cuando la franqueza de la soledad hace que la conciencia susurre “no, diego, no todo está bien, nada está bien y tú te estás muriendo en este lugar”. Sonriendo, como si no me importara tres mierdas lo que dice la gente, como si hubiera algo interesante que sacar de este infanticidio del Shabbat.

No hay nada, nunca ha habido nada, y debería ser este el momento en el que acabar con esta maldita esperanza que sólo consigue que no me rinda y que continúe con esta absurda tortura china.

Pero se acaba el sábado, se acaba la semana, y todo vuelve a comenzar otra vez más.

Me volveré de corcho y con cara de poker.

martes, 17 de junio de 2008

Puede llegar de golpe, sin haberlo esperado largo tiempo, o en todo caso habiendo perdido la esperanza de recuperarla. Cuando las sílabas están anudadas al cordel de la música, en ocasiones se hace aburrida la espera, llegando a un momento en el que dejas de buscar y no esperas encontrar. Paradójicamente, puede que un día cualquiera recuperes algunas fuentes de sílabas que alguna vez decidiste tener, pero que no lograste debido al imposible o el erroneo planteamiento. Así como ellos rezan por que no se acabe el petroleo, yo prefiero rezar por que la música no desaparezca.
Necesito el taladro para liberar la presión intracraneal.
Oído y tibieza. Mordiscos envueltos con las sábanas y la piel, enfrentados a cirros ardientes. Piel de gallina y diamantes de hielo. Lucha el frío contra el calor cuando el cuerpo yace sobre la hierba, a los pies de una magnolia, su madre, mientras los pétalos blancos caen hasta sepultar los párpados. Son cirros, ellos que se clavan en los tobillos, quemando mientras el dolor sonríe. Cristales hasta que llega el frío; entonces se derriten.

Cristales de hielo
que lo sostiene,
pero más sencillo, ladrón.
Justo.
Justo.

"Este periodo corresponde a la muerte carmesí, yacer cuerpos en las calles sin vida anterior al fracaso. Aliento que descubre si uno aprieta el gatillo. Efectivamente, si todos matan, la ciencia no muere."

Pero encuentra, no antes sin dolor, la planta de adormidera en el pecho de su mejor amigo. Pero sólo es carne y él sólo un cuchillo; nunca vio al Sol gritarle que aquello fuera malo, nunca escuchó al arroyo decirle que aquello fuera dolor, jamás le susurró una brizna de hierba una palabra sobre la envidia. Lo hizo por amor, era lo único que conocía.
Resultó que el Sol, el arroyo y las briznas de hierba eran imbéciles.
Intentó respirar tierra, la tierra que se descomponía bajo la magnolia, allí donde dejó muerto a su amigo. Entonces se ahogó.

"Mienten, ellos mienten, susurran. Oídos, tibieza. Se enlatan."

lunes, 9 de junio de 2008

Dicen que solo se hace camino al andar, pero yo creo que en el desierto y con el cielo encapotado lo más fácil es perderse en su inmensidad de dunas. Son dunas que se mueven, aparecen y desaparecen, es imposible hacer camino al andar, andando solo se prolonga la agonía aunque se intente salir del desierto describiendo una linea recta. Los pájaros no se adentran en ese mundo estéril y el maná debe de ser un cuento de hadas, no hay ruta, no hay nada, solo millones de granos de arena más por cada pisar de un pie descalzo en el suelo hirviente.

Al menos la noche es fría.

sábado, 7 de junio de 2008

Un paso. Dos, tres, incluso cuatro. Acercándose al precipicio de la navaja, derrapando en su filo, sonriendo sin sonreir. Harto de la metáfora sobre la metáfora, ya había escrito de qué trataba la levedad del ser, del estar y del parecer. Perecer y asfixiarse con lo invisible, nudo de corbata engrasado, nada como volverse y justificar en interminables justificaciones lo efímero. Quince pasos que se saltan a la torera. Olé.