domingo, 19 de octubre de 2008

Clorofila

Los árboles duermen con el sol salpicando las hojas templadas. No hay una gota de aire, no se mueven las hojas, pero los trozos de tela grisácea sí se dejan mecer suavemente por su caricia. Tan sutil, tan tranquila, ese viento está hecho de piel sobre la muñeca.

A través de los cristales no se filtra el sonido. “La ciudad está durmiendo” se dice el que acerca su cara a la ventana. Los niños que corren torpemente en círculos y las personas que pasean sobre la acera, todos ellos duermen con el Sol.

Se levantan con la Luna, cuando cierran los ojos y se revuelven en su cama. Despiertan para ir a soñar, abren los ojos para seguir durmiendo.

Se duermen para seguir viviendo sin tener que pensar, así evitando caer en la tormenta que soporte las ideas que se refugian en la cabeza cuando nadie les da cobijo. Asaltan sin preguntar, sin que nadie permita robar lo poco de luz que hojas imaginarias de árboles imaginarios reciben en su pasividad otoñal.

Me asaltan y me roban lo que puedo tener entre las ramas, me intentan convencer con razones, me apabullan, me intranquilizan. Dicen que el Sol miente a los árboles con el verano próximo solamente para que sobrevivan al invierno. Tienen motivos para convencerme, lo se, y también me dicen que me contarán luego el resto de cosas al oído.

Entonces cierro los ojos. Busco despertar.

Abro los ojos, me asaltan, me adormecen en su limbo de terremotos aéreos, cubren mi cabeza con un trozo de seda roja.

Podría tener motivos para dejar que susurraran en mi oído todo el mundo que quisieran inventar, podría dejarme convencer por sus ideas de ese Sol que busca en la omisión del invierno que la clorofila no sea recelosa y no dude que volverá el verano otra vez.

Pero solamente quiero que el Sol bañe con su luz templada el verde de cada hoja, sin pensar en estaciones, sin pensar en los minutos o las predicciones meteorológicas. Así que no dudaré, no guardaré aquello que quieren susurrarme en una caja de cristal para poder escucharlo cuando me sienta tentado.

Sólo quiero sentir al Sol bañándome con su luz. Y mientras, sonreír, aunque los árboles no sonrían.

No desconfiaré del Sol.

jueves, 16 de octubre de 2008

Nube de azúcar.
Poso de café con leche.
Seda grisácea.
Visos granates.
Pies descalzos.
Pizarra caliente.

Chocolate fundido.

Escalofrío.
Piel.
Extractor de humos.
Quemadura solar.
Cuello insensible.

Palabra.

Cenicero.
Suelo.
Colilla pisada.
Sonrisa.
Negación fundamentada.
Revistas científicas.
Verborrea pseudocientífica.

Lata de sardinas.

Tablilla de madera.
Gato y su escopeta.
Elecciones presidenciales.
Invasores del espacio.
Control mental.
Resistencia al control mental.

Distintos tipos de ondas electromagnéticas.

Sustituciones de vocablos.
Pizarra caliente con cristales.
Pinzas.
Pie.
Cielo gris.
Ciudad abandonada.

Fantasmas con bufandas.

Interpretaciones sofistas.
Papel reciclado.
Salad Dressing.
Bosques y prados.
El mar salpicando su furia.

Cantos rodados.

Un buque carguero.
Olas, ratones.
No smoking.
Calma.
Atún rojo en la lonja colgando.

Saltos en ríos.

Cuellos y rocas.
Asfalto.
Pasos de cebras.
Tic-tac del reloj.
Llegar tarde.
No llegar nunca.

Perderse en el verde.

Ojos vendados.
Sentidos vendados.
Nula importancia.

Sol y cristales de hielo.

Gotas de agua.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Matadero

Nunca me ha fallado el pesar de las botas golpeando contra el suelo de la ciudad de noche Cuando los niños descansan ya en sus casitas con la estufa puesta mientras las cosas se cuecen afuera con gente que camina cabizbaja encabronada golpeando el suelo con todas las fuerzas que tienen Un paso y otro y otro más Mierda un hormiguero Pobres Pero no hay nada más que el susto de que una hormiga se cuele por la pernera del pantalón Las tememos más que al fuego y a la droga La droga es sintética Ya no hay espacio para cosas naturales Sentir cosas naturales es absurdo Ahora la moda es inventar el plástico y reinventarlo Qué bien se siente uno cuando lo hace sin implicaciones con el subconsciente todo siendo sumamente inalcanzable porque es inventadoycontodaslasimplicacionesmegustajugaralaruletarusamadeinasturias
porquenohaynadamásmortalquejugaralaruletarusajugandoconunapistoladeplasticoconbalasdeverdad. Y yo no me creo, no confío es mis juegos mentales, necesito olvidarme. No volveré a inventar el país de nunca jamás. Lo juro. No más implicaciones mentales, no reinventaré el fuego, no convenceré al fuego para que sea tierra, me niego, me niego, y si me muestro contrariado, darme diez minutos y lo habré olvidado todo dejando de sentir con la cabeza metida en el sumidero, mi sumidero. Pensaré con los ojos cerrados. Joder! Quitarme los ojos de una puta vez y sustituirlos por dos pelotas de pinpong. Y masticaré plástico, lo juro, y sabrá a miel, porque las tecnologías avanzan que dan gusto y nunca miraré atrás porque me habré olvidado. Mi mundo será un mundocolorrosayllenodepalabrasqueflotaránenelaire sin peso, no hay peso, nadie lo quiere. Obviamente sin implicaciones como la 16º vez que las nombro, las implicaciones serán peores que llamar judío a un judío, dios santo. Dios santo, me estoy implicando y dejándome convencer por el plástico. Punto muerto, no hay términos medios, lava por la boca, exabruptos, quiero que me hagan una resonancia de esas chungas con isótopos radioactivos y luego que me corten las venas, a ver que sale (y no saldrá nada, porque me habré metido antes un chute de anticoagulante). (Vamos, que estaré muerto, sonriendo.)
Se deslizaba entre mis dedos. Yo, mientras tanto, miraba el techo.

Me lo dijo al oído un día que el Sol quemaba mi nuca: "No me aprietes". Por aquel entonces yo lo miraba ensimismado, no sabía lo que era y me limitaba a disfrutar de su textura. Era como un tango sin sonido, convertía cada nota del contrabajo en algo que agarrotaba mis manos impidiendo agarrarlo. "Y si me agarrotas las manos, ¿por qué me pides que no te apriete?". Entonces cambiaba de color y yo dejaba de mirar enfadado. Cuando se daba cuenta de que apartaba los ojos, cambiaba de melodía, cambiaba de tango. Solía elegir uno de Piazzolla porque era más rocambolesco. Los contrabajos traían consigo otras sensaciones: parecía que había momentos en los que las manos aliviaban un poco de su rigidez, pero sólo era para que volviera a mirarlo. Después, la mano volvía a ser una maldita piedra.

Cuando me aprendí todas las de Piazzolla se hizo el silencio y mis manos sólo sintieron el aire. Miré entonces mi mano y no vi nada.

martes, 7 de octubre de 2008

No es el pájaro,
No es la niebla
Ni el ratón ensangrentado.
No son los besos sino los huesos
Y el frío tempranero de cualquier otra mañana