miércoles, 26 de noviembre de 2008

Aparecen, desde el suelo, abadejos de color rojo trazando parábolas que se mantienen en el aire marcadas por una línea imaginaria pero visible. Ellos se esconden en toperas y vuelven a escapar hacia el mar. Mientras, yo miro con cara de tonto cómo se van diluyendo las lineas en el aire, como el humo del cigarro, prestando una exagerada sobreatención a los vórtices.

lunes, 24 de noviembre de 2008

"Estaba en una estancia blanca hasta donde mis ojos lograban ver, infinita hasta donde no lograban ver, y silenciosa hasta donde lograba oír.
Cuando me desperté yacía tumbado de costado, en posición fetal, y llevaba la misma ropa que recordaba por última vez: la que llevaba puesta mientras paseaba entre aquel montón de chatarra oxidada buscando refugio por la lluvia.
Obviamente casi me da un telele cuando abrí los ojos, y durante aproximadamente dos minutos estuve en estado de shock en el suelo, sentado abrazando mis rodillas. Ya dije que todo era muy blanco y con mucha profundidad y que no había sonidos, y lo gracioso es que había un olor constante en el lugar.
Olía a hojarasca, sí, esa hojarasca típica del otoño entre abedules que se van quedando pálidos y más pálidos mientras las pisadas dejan marcas en un suelo blandito, embarrado, esperando que más y más hojas sepulten cada uno de los pasos. Y el viento, oh, el viento, y las bufandas con sus enfurecidos latigazos mientras los gritos infantiles y contentos retumban en el cielo y en los corazones sin anestesia de otros tiempos. Olía a hojarasca, olía a otoño, olía a aquel pasado en el que al caer la noche uno debía estar a resguardo entre las conversaciones de los mayores y la luz de una bombilla encendida."

Y tan natural lo sintió todo que perdió el miedo al lugar y comenzó a saltar y pegar gritos como en aquellos tiempos, cuando aún era sólo un niño. Y con sus botas del día anterior fue ensuciado con cada paso y cada salto de barro la superficie blanca impoluta, que con el paso de las horas fue perdiendo esplendor hasta que el cansancio hizo al joven detenerse. Y se detuvo para percatarse de que bajo cada uno de sus saltos y pasos enfurecidos por la alegría, la marca de barro y la suciedad se había convertido en vidrio. El suelo era el cristal de una pantalla, y detrás había sueños. Y pasados y todos los futuros por venir. Y descubrió que jamás volvería a sentir la hojarasca como en algún tiempo la sintió.

Y cada vez que atraviesa el parque con el frío en las mejillas sonrojadas y huele, siente dolor. Pero sabe que es la única manera para poder recordar.

june evenings



Las grietas en el abismo celestial

son de noches cerradas,
de días oscuros con manta
y el frío que filtran ventanas.

Son los matices del fuego,
Poseidon haciendo una hoguera
intentando la guerra imposible,
entre peces, entre sirenas.

Y cuando se descuidan las olas
aparecen los siervos del mar,
caminando en la arena,
buscando refugios sin agua
y sin fuego que la pueda quemar.

Respirar, respirar,
sin agua salada del mar,
palanganas, para el agua,
agua del grifo, para llenarlas,
y una pizca de sal.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Años

"
(...)

- Perfecto – asintió mientras comenzaba a sacar la cartera.

- No. Deja las cosas en tu habitación y ya me pagarás después – cortó la mujer.
- Eeee, vale… - el gesto del muchacho reflejaba su sorpresa.
- Tu habitación es la cinco – dijo la mujer mientras le entregaba la llave -. La limpieza de las habitaciones es cada dos días. Sábanas limpias las podrás recoger aquí.



Y sin dar tiempo a ninguna pregunta, la mujer abandonó la recepción por una puerta que se encontraba cercana a la escalera.
El joven, aún sorprendido por lo absurdo de la situación, se encogió de hombros y comenzó a subir las bonitas escaleras. Tras pasar el ventanal y adentrarse en un oscuro pasillo, por fin logró introducir la llave en la puerta número cinco y abrirla. Su sorpresa fue mayúscula cuando, tras pasar el marco de la puerta, se dio cuenta de que la habitación carecía de ventana propiamente dicha, en cambio, justo por encima de las cenicientas sabanas de la cama, se encontraba un amplio ventanal que daba directamente al cielo de Madrid. Tampoco había nada que evitara la entrada de luz por la noche, pero eso a él no le importaba realmente, ya que se había acostumbrado a las plácidas sombras que la noche proyectaba en el cuarto de su ciudad natal.
Posó su mochila sobre la rustica silla que se encontraba frente a un pequeño escritorio, y tras liarte un canuto mientras observaba las peculiaridades de la estancia, se tumbó a degustar su beso placentero mientras el azul celeste seguía imperturbable allí arriba.
"

jueves, 13 de noviembre de 2008

Estos son, cuando pululan por la habitación, los insectos que con su ruido impiden al mundo dormir. Polillas, mosquitos, saltamontes, ciempieses, hacen un ruido insoportable. Desde el momento en el que uno dirige su atención hacia ellos, la noche cubre su silencio con tesituras de hard-rock bar. Luces de neón, bajos implosionantes en el pecho, cuando entras por las puertas oscuras del bar cabe esperar cualquier movimiento. Justo detrás, en la nuca, por cada uno de ellos, surgen movimientos como reflejo de protección: hachas, espadas, dagas, cicuta, motosierras, tijeras, pistolas, cianuro, punzones, boro; todo entra en el imaginario colectivo como amenaza de integridad.




(Pero el agua es agua, y el aceite es aceite, y la diferencia de densidad es suficiente para que la combinación de ambos sólo pueda ser una mera ilusión transformada en anhelo.
¡Qué más querría yo que ser aceite para fundirme con tu cuerpo y que todos y cada uno de los segundos no tomara conciencia de mi condición!¡Qué más quisiera yo que compartir contigo la misma cucharada sopera!¡Qué más quisiera yo que ser más que mera parte de la existencia del olivo!
Y sin embargo se que yo soy el agua, y tú el aceite, y se que en Marte la densidad no era importante, pero aquí, en el mismo vaso de bohemia, el agua sigue siendo agua y el aceite sigue siendo aceite. ¡Qué más quisiera yo que los sabios de la química y de la física estén equivocados!¡Malditos neutrones, protones y electrones!¡Malditos pesos moleculares y malditos puentes de hidrógeno! Esperaré pues, otra vez más, para que ellos se hayan equivocado y que haya alguna manera de que el agua y el aceite juntos consigan llegar a ser algo. Haría replantearse los cimientos de la ciencia.)

domingo, 2 de noviembre de 2008

Debajo de una luna silenciosa, abriendo los ojos para dejarse cegar, estaban. Señalaban al cielo oscuro, veían una diminuta estrella y les parecía fantástica. Cada una de sus pulsaciones de colores, si se convirtiera en sabor, encarnaría todos los tipos de caramelo. Veían el caramelo de menta y el de anís, dejaban la lengua anestesiada. El caramelo de fresa con su aroma pegajoso en los labios, la punta de la lengua, saliva esparciéndose como infusión de amapolas desparramada sobre el mantel.

Debajo, justo debajo, la tierra fría, hierba mojada, el mundo real. Ellos solo miraban arriba. Sí alguien agarraba sus cabezas y les obligaban a mirar al suelo, lloraban desconsolados.

Noches frías. Pulsaciones hirviendo.

Respiraban a pulmón abierto, como si por más fuerza quisieran lograr que las estrellas entraran hasta sus pechos para convertirlos en mero polvo de estrella.

El mundo real estaba bajo sus pies, inquisidor.

Uno bajó la mirada, se agachó y besó el suelo desconsolado. El otro siguió mirando al cielo.

Cuando el desconsolado levantó su cara del suelo ya no pudo encontrarle, el otro estaba ya en otro tiempo distinto.

Cuando el día llegó al último soñador de la estrella, era demasiado tarde, ya no había nadie a su lado deseoso de esperar por una noche más.

Desaparecidas las noches
ellas vagaron ocultas,
estrellas desnudas
cubiertas de dudas,
mintiendo el reflejo de un tiempo distinto.


Sólo tiempo bajo el reflejo. La estrella está muerta, su luz son las últimas palabras de su testamento.


Miré embelesado mi muñeca. “No puedo estar muerto” pensé, mi dedo índice entonces se posó sobre los tendones, sobre las venas, con la esperanza de sentir alguna pulsación. “No puedo estar muerto” pensé, los colores revoloteaban sobre un fondo monocromático, zonas romboidales de colores sobre un fondo monocromático. Revoloteaban sin posarse sobre mi retina, deduje que lo monocromático debía de ser el fondo pero también pude haber pensado que el fondo eran los colores. Ahora que me paro a pensar si estuve muerto o no estuve muerto me asalta la duda. No había pulso, podía estar muerto, el fondo era monocromático, las alas eran policromáticas, las alas eran monocromáticas, el fondo era policromático. ¿Existía alguna diferencia? Todos los colores me pertenecían por igual, el resto era una cuestión meramente perceptiva, pude no sentir el pulso por el frío en mi dedo índice, inhibición de la sensibilidad. “No pude estar muerto” pienso, pero la seguridad no cubre el espectro de posibilidades. Un jardín en cada poro lo alteraba todo y había paraguas rojos y blancos y yo pensaba que debajo podía estar Wally, o un hombre disfrazado de conejo. Si hubiese estado muerto, debajo del paraguas podría haber habido cualquier cosa, hasta una maceta con orquídeas rosas y naranjas. Los líquenes después de casi un año de secado huelen a perfume, tierra húmeda con millones de porciones de moléculas olorosas diferentes por cada centímetro cuadrado. El color predominante es el marrón de la tierra, pero hay tonos violetas que no puedo encajar en el olor del liquen seco. Es amargo, penetrante, al principio suave pero después de dos segundos de inspiración se vuelve tosco, con mucho cuerpo, y aparecen esos tonos que no son fáciles de encajar. No me recuerda a ningún olor que tenga catalogado en la memoria. Me frustra.