domingo, 22 de noviembre de 2009

Me intentaron hacer daño. Me escupieron a la cara. Me mintieron.
A día de hoy aún juegan: “aquí no ha pasado nada”, pero sí pasa, y que me amordacen no me quita las ganas de gritar por la ventana. Estoy abandonado, estoy en esta puta habitación sucia a oscuras, con miedo a clavarme los cristales de la botella que rompiste hace tiempo contra el suelo. Esto es una ruina, un naufragio en soledad. ¿Dónde te has metido?

jueves, 19 de noviembre de 2009

Viaje en tren

No tengo la llave de esta cerradura ni hay nadie cerca que me ayude a abrir la puerta. Lejos del fuego, en mitad de la interminable estepa, hay quien sobrevive de la caza y el pastoreo y hay quien se muere de hambre.
Ellos me dijeron: “ya verás, joven, te bajarás del avión y disfrutarás de la vida”. Yo me bajé del avión y no logré ver vida en ochenta kilómetros a la redonda. La poca cosa que encontré fue una brizna de hierba acompañada de una flor celeste. Si las flores tuvieran voz estoy seguro de que podríamos haber mantenido conversaciones interminables.
Que pena que yo tampoco tenga voz, ellos me robaron las cuerdas vocales mientras dormía. Intentaron robarme los sueños también, pero ya no encontraron nada que quitarme.
Por lo menos me acompaña la tristeza, así nunca me podré morir de frío. La anhedonia es caprichosa y busca todo para si misma, pero mi corazón proyectado hacia el hielo todavía derrite lágrimas de vez en cuando.

El día en que me muera me gustaría morir sabiendo quien soy y quien fui, aunque eso tal vez es mucho pedir.

lunes, 16 de noviembre de 2009

“No sé dónde estarás metido, pero se hace tarde y aún tenemos que terminar el trabajo. Sé que te llevaste el cuchillo pringando toda la casa de sangre, y si no queríamos pruebas y pretendíamos deshacernos de los cuerpos como por arte de magia, nos ha salido el tiro por la culata. El salón ha quedado como un puto escenario de película de zombies, aunque todo hay que decirlo, las butacas blancas están ahora mucho más bonitas. Que pena que ya empiece a oler a muerto por aquí dentro.”

“Ya olía así mucho antes de que tú y yo cruzáramos el marco de la puerta.
En mi pueblo esto es lo que se hace a los conejos mixomatosos, se les pasa el cuchillo por el cuello y luego al contenedor. Eso sí, reconozco que el trabajo no nos ha salido en la línea del plan, ¡pero qué ilusos que fuimos pensando que podríamos arreglarlo todo a base de golpes en la nuca! (No estaba metido en ningún sitio, estaba pensando en qué hacer con el puto cuchillo).”

No se esconde nada detrás de la sangre, todo es la gran mentira que lleva carcomiendo al humano durante milenios, Dios y el Rey, los parásitos. Limitar el significado de esas dos palabras al significado de esas dos palabras no es preciso. ¿Si no se ha jodido ya suficiente el ser humano con un puñado controlable de dioses, qué coño va a hacer ahora en tiempos en los que cada objeto animado o inanimado parece ser ya poseedor de ese espíritu elemental que lo justifica todo por sí mismo?
El salón está lleno de gente muerta a la que llorarán sus familias, pero nosotros no lloraremos por ellos, hubo un tiempo atrás en el que eligieron formar parte de la humanidad o subyugarla. Nosotros, haciendo alarde de esa libertad de decisión, hemos decidido acabar con la carcoma y erradicar el parasitismo ancestral que agota el avance humano de la humanidad (parece redundante, pero tristemente, no lo es).

En una generación desangelada, que aparentemente no lucha por nada y se limita a respirar y a emborracharse, el sonido de la corneta despertará en feroz batalla a aquellos que nunca se han mostrado dispuestos. Cuando suene la corneta, despertarán de entre los muertos. No hay dios sin rey que lo sostenga.
Si bien es cierto que no será una lucha sencilla, pues hay tantos reyes como dioses y cuando una de esas parejas bipolares cae, pronto le sucede otra.

Y se equivocan si de verdad piensan que necesitaremos de cuchillos y cortar arterias. Nos basta la palabra y el dolor, y hablaremos del amor, de la muerte y del olvido. Diremos que piensen con el cerebro antes de que sea demasiado tarde y empiecen a pensar con los riñones. El letargo del humano occidental se está haciendo demasiado largo, ya veinte años libres de peligros con un sofá donde sentarse. Y si yo ya soy tan viejo como ese letargo y me doy cuenta, ¿por qué no se iban a dar cuenta otros tantos como yo?

Y a aquel que nos diga “sabéis de sobra cómo es la naturaleza humana”, le daremos la razón: Nosotros no somos las personas buenas que pondrán la otra mejilla después del primer golpe.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Me despertó mi madre al tiempo que sonaba el despertador, maravillosa coincidencia. Mi madre se fue y el despertador siguió sonando hasta que se cansó de esperarme. Intenté evadirme de la cruel responsabilidad de levantarme abrazando la almohada; cada vez que mi madre decía en alto mi nombre la apretaba un poco más, intentando mantener vivo el hechizo del somnoliento. Tras 20 años de vida he de decir que nunca me ha funcionado esa técnica y que, sin embargo, es ya un tic imperturbable en mi comportamiento. Omito cualquier mención a reforzadores positivos o negativos, demasiada redundancia.

Como veis (tiendo a generalizar, pero soy yo el único que me leo y me doy cuenta), esto es más yermo que el estómago de un niño sudanés.

lunes, 7 de septiembre de 2009

19.23

Aún recuerdo esa playa como si fuera ayer el día en el que la arena se me metía dentro de los calcetines. Que mentiroso que soy.

Por dios, nunca he estado en esa playa y nunca comprobé la salinidad de aquel otro océano. A decir verdad, todas las caras que guardo de entonces en mi memoria son mentira, las miradas femeninas las fui diseñando una por una para encontrar pautas lógicas en la interpretada estructura de atracción y de salvación. Las sonrisas no fueron sonrisas, fueron muecas, comunicación no-verbal sin transcendencia. Las sonrisas que idealizo no existen, como tampoco existen las miradas que logro transformar en otrora películas de culto. He logrado sobrevivir, no se cómo, creando una cascada de agua como pantalla para vivir por detrás, como en los “pasos” de las películas del oeste, la cueva, el camino más corto, el lugar de la emboscada. Pero de qué vivir ahora si toda una vida ha sido entretejida con gruesos hilos de algodón rojo para que se sostenga, manteniendo que la idealización y la magia tienen que ser partes indelebles de la vida y qué sin ellos estaríamos muertos, o peor aún, incompletos.
Hoy me he despertado en un mundo sin magia, llano, simple, donde sufrir por pensar que puede haber algo más, una chispa, una vida, pero donde lo único que queda es la vacía intención de llenar impulsos naturales con abstracciones. No es lo mismo tener la capacidad de abstraerse y pensar sentimientos o construcciones que sentir sentimientos. Yo soy capaz de pensar sentimientos en un proceso largo y tedioso pero, sentirlos, por Dios, hace ya muchos años que no logro sentir nada. Eso sí, no puedo evitar idealizar cada mirada y cada gesto, como si por ello fuera a convertirme en “más humano”, o como si por arte de magia pudiera existir otra persona que fuera capaz de abstraerme a mi de este mundo.

martes, 25 de agosto de 2009

“Sí, intentaba escribir al compás de las notas, pero lo que llenaban al aire se lo quitaba mi estúpida mentalidad caduca. Lo que quedaba de ella, más bien.
No me pidas que te lo explique otra vez, porque ya no soy capaz de articular ese sonido. Mis explicaciones arcaicas pertenecen al papel y lápiz de entonces, de nada sirve ahora vanagloriarse por la noseque perfecta culminación del actuar constructivo. Si alguna vez he sido constructivo fue sobre un grano de arena que tenía todo el sostén, así que no insistas por ahí. Yo desgajé mis cielos, mis tierras y lobotomicé al dios del trueno, yo patiné descalzo sobre las tripas de la diosa libertad y casi me rompo el cráneo.

Y ahora, dónde está todo aquello y dónde estoy yo, ínfima hormiga que empequeñece por momentos sobre la esterilidad de este mundo mío. Estoy desconociendo parte de lo que un día conocí, sólo he de confirmar las sospechas de que la fruta podrida no tiene remedio que le permita madurar ahora sí y bien.

Poooooooooooooooooooooooooooodreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

Poooooooooooooooooooooooooooodreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee

Me río de vuestros ídolos de madera, y de vuestras putas santas escrituras. Me río de vosotros porque aunque cuando esté muerto ya no podré seguir riéndome, estaréis tan muertos como yo.

Pero sois felices, pero sois felices, pero sois felices, pero sois felices y yo soy la perniciosa envidia como ternilla entre los dientes.”

miércoles, 10 de junio de 2009

Lent et grave

El acuse del recibo no concibe la voracidad del empapelador de paredes gris-violentas.

Con la mirada blanca del Tractat, de ningún lobo observan que pueda escapar si la puerta de la cocina no está abierta. De trozo negro y pelos de los brazos anticipando la lluvia del tres de agosto, casi treinta y uno sin que aún nadie saque las patatas de la tierra.

Soy basura de metacrilato, debes escribirlo cinco mil veces y cada vez tendrás que hacer una Te diferente.

El misterio no está en el agua, maldita furcia psicología.

No sin antes desaparecer del techo, mariposa. Sí, murciélago embebido al revés. Intentarás prender los cordones del adalid celeste y sujetarlo en Orión. “Desgracia”, llama al señor, “pesa mucho la composición singular y mecánica de sus pasos”.

Hablaban de pasos cuando querían hablar de la guerra infinita, margaritas por palomas muertas, música por eugenesia antropófaga. Mundo triste que te prendes de Orión, no decaigas hoy, por favor. Espero que la mañana sea la de mañana y no la de ningún otro bribón. Mundo, agárrate de mis talones con fuerza, yo te levantaré y no podremos caer sino es el uno con el otro.

Para quien te dijo que no fuera lo.

He asistido tantas veces desnudo a mi muerte, no se dice en los ojos y hay ojos, sin embargo, muchos ojos. Adoro sus ojos, de todas y cada una de ellas. Me gustaría aguantar la mirada hasta que se posen las nubes sobre el Sol y no se vea nada (nada más que ojos), es lo único que importa cuando la sangre anega la bañera, las pupilas.

Te echo tanto de menos, mundo triste. Tu textura era más suave que los pechos de Israel. Mundo, yo, suelta a Orión y agárrate a mis botas de fieltro, así no tendremos problemas con la nieve; es hora de que yo sea el momento anterior a la huida. El desazón del croar agudo del piano es veneno con miel, son sus pechos, Israel.

viernes, 17 de abril de 2009

You can gouge away


Apresado por las circunstancias no, secuestrado por los instintos. No hay engaño ni mentira, aquí sólo reina la confusión generalizada y sus pasos, miradas. Alguien partiéndose el culo.

Drogándose desde la montaña, a lo alto, Zeus le sujeta el brazo y le pone su dosis: “Empuja, empuja, olvídate del cielo y recuerda de donde has salido, de la tierra podre. Y si piensas aún que ese no es tu sitio recapacita cuando te atragantes con la arena.”

“Algunos se creen que la droga es suficiente para cada segundo de vida, no saben que el placer es saber que pueden acabar con ellos. El chute no existe, todo está somatizado, al final el toxicómano que se pica el brazo se da cuenta después de morir, nunca antes, de que el momento de mayor placer es cuando la aguja se encuentra a medio milímetro de la vena.”

“Fumar no es bonito, ni siquiera es elegante, fumas porque puedes, sabes que es malo, siempre da igual. Rasgo antropológico, como monitos cuando uno saca humo por la boca y otro dice “Ohhhhhh” y comienza a hacer lo mismo.”

Como mirar y reírse, inevitable. Se corta el aire y sigue siendo inevitable.

Pero no puedo dejar de reírme. Sujétame el brazo, anda.

lunes, 30 de marzo de 2009


Detrás de cada nuevo sombrero hay una oscura intención de poder manejar al antojo las variables independientes del tiempo. Algunos lo saben e intentar dar alarde de ello, maquinando contra los besos, labios hastiados del rugoso tacto de los cristales de azúcar. Es por ello que algunos se llevan el sombrero al pecho a la hora de saludar a cualquier fantasma de las navidades pasadas, siempre se les va el santo al cielo y mientras que ellos miran desconfiados, otros gritan al oído con desbordante alegría: “¿truco o trato?”. Bah, todos son juegos de infantes gordinflones de tanto azúcar y bombones de licor de cereza, son como las mentiras de prensa, noticias a medias.

¿Dónde estaban cuando se derrumbó mi edificio, cuando me caí al estanque aquel?


Jóvenes precursores de la escritura acomplejada, alzar las voces contra el viento y contra el hielo, nos deben estufas y fuego para no morirnos de frío. Ellos, ladrones fantasmales de tiempos ancianos, son la causa de que la desidia placentera de lo confortable abandone a los hijos del ocaso de Octubre. Hijos de la niebla, del ocre de los pasos, como los bosques estancados en la enfermedad del deseo.


Que en el ocaso de Abril no nos ahoguemos en la lluvia los hijos de Octubre.

martes, 24 de marzo de 2009

“Hablaremos del tiempo y acaso del gobierno, y trazaremos nuestro magno plan y a una estación sucederá otra igual…”

Cuando borran tu pasado, pasando la goma sobre los trazos de grafito, tiemblan las piernas. Parece al principio que te han quitado el aire porque, ¿dónde quedan las pruebas de que uno vivió la vida mucho antes y con aquella intensidad? Estoy seguro de que es miedo, al fin y al cabo la memoria acaba reorganizándose y buscando nuevo espacio a lo nuevo y empaquetando a las viejas memorias en cajas de cartón. El esfuerzo para ponerse ahora a desempaquetarlo todo y cerciorarse de que porque te quiten las letras no te quitan el aire es demasiado grande. Sí, mejor que el pasado pertenezca al pasado, al fin y al cabo el mejor recuerdo de nuestro pasado siempre es en lo que nos hemos convertido, lo que somos, lo que creemos ser. Otro tema es que seamos o no seamos lo que creemos ser, que la gente nos miré como queremos que nos mire o que nos mire como no queremos que nos mire. Sí, definitivamente sentí miedo, miedo de que por perder los trazos de grafito, por perder mis inicios, ahora fuera incapaz de saber quien soy y no poder juzgar entonces cómo me mira la gente.

Tal vez no sé quien soy y sólo sé quien fui, aquel ciudadano eliminado, aquel dolor hasta los huesos, hasta los besos. ¿Fui en lo que me convertí?¿Fui lo que era?¿Soy lo que fui?¿Quién soy yo?¿Qué espero de mi?

Creo que he estado tan ocupado en pasarlo mal y construir mi castillo de naipes con dolor que pensé que el dolor y el proyecto megalómano del castillo era todo lo que era y todo lo que podía ser mi destino. Pero la creatividad no puede ser el pozo sin fondo de la tristeza, ni se puede explotar la tristeza de uno como musa de algo mayor, no durante tanto tiempo sin llegar a ser enfermizo.

Y ahora se acaba la tristeza y llega la felicidad hasta cotas casi irreconocibles, pero entonces se acaba la musa, el proyecto megalómano, mi coraza, olvido mis mantras, pierdo mis escritos y aparece una nueva pregunta en mi mente:

¿Quién soy yo?

martes, 3 de febrero de 2009

Cantábrico


Bate sus olas con fuerza contra las rocas, así es el mar. El mar no necesita de la prudencia o de la impudencia, son sus habitantes los que dependen de él. Hay que luchar para asirse a las rocas, como el pequeño cangrejo, no vaya a ser que la corriente lo lleve mar adentro allí donde ya no hay superficie en la que estar.

Poderoso, sin preocupación, ¿por qué va a tener que pensar el mar en todo lo que sostiene con su sal y sus nutrientes? Realmente el mar no puede pensar, el mar no puede medir sus embestidas ni preocuparse de su fauna; sólo es agua luchando con agua, un charco de agua batiéndose consigo mismo.
Era uno el mar al principio, siempre estuvo solo hasta que apareció la vida, ni siquiera creen que él quisiera acogerla entre sus ondulados brazos. El hecho es que le tocó y todo al fin y al cabo está a merced de un orden mayor. La vida se incrustó en su seno y cuando ya era suficientemente mayor, se independizó y apareció la tierra desde donde mirar con nostalgia la fiereza imperecedera. Unos y otros querían ser dueños de si mismos y no del capricho de la siguiente embestida contra las rocas.

Las rocas, allí donde se une la vida del mar y la conciencia individual. Es el último eslabón evolutivo entre el mar y la tierra, allí se produce el salto de aquellos que deciden abandonar su seno. Estoy completamente seguro de que los peces de pedrero siguen dudando entre ser corzos del monte o delfines allí donde no hay escondite.
El mar embiste, sube y baja la marea, se mantiene inquieto, ¿pero qué hacen estos peces frente a su capricho? Allí no hay posos del café donde leer su futuro, sólo guijarros y cantos rodados atados a la corriente.
Dicen que el mar subirá su nivel, y si sube ¿qué será de las pozas donde viven estos peces? ¿Se quedarán esperando a no encontrar refugio? ¿Tendrán la ilusión de que el mar los arrastre a su seno y los convierta en delfines? ¿Decidirán por el contrario escapar y convertirse en corzos salvajes?

Ahora mismo me encuentro en una roca de algún pedrero escribiendo estas líneas. No puedo perder de vista el mar Cantábrico aunque sea marea baja; desde pequeño me han enseñado (y desde mayor he aprendido) que no se debe quitar la cara al mar y mucho menos darle la espalda. Ninguno sería el problema si me fuera a convertir en delfín, pero tengo miedo de golpearme la cabeza contra una roca y ahogarme en una poza de marea baja. En el Cantábrico no existen las mareas muertas.

Llevo ya mucho tiempo en tierra firme, muchísimo, y el mar no ha dejado de chocar contra las rocas. Lo han contaminado de mil maneras y no puede morir, siempre mostrará su furia. Yo no soy un lobo de mar, ni siquiera pescador de bajura, sólo soy un bañista cuando llega el verano. Pero soy receloso ante la marejada de fondo y si ondea la bandera roja, no pondré un pie en el agua. También puedo ser corzo del monte, lobo estepario, y me gusta el verde de prados y el infinito permafrost de la estepa. No me ahogaré en el Cantábrico.

A no ser que me convierta en delfín, pero no bastará con el golpeteo caprichoso de la espuma de las olas, tendrá que venir el mar en persona con diez metros de altura.

Me han enseñado desde pequeño (y desde mayor he aprendido) a no quitar la cara al Cantábrico y mucho menos darle la espalda.

Allí donde acaba Kamchatka


Frente a la duda, la terca espera.
No son flores de un día,
Es la primavera tardía
Que tardará invernoso tiempo en llegar.
Y a un día de ayer lo seré:
Desconocido precipicio en aurora
Y el tiempo que cae con las gotas
En la hierba, hasta el tallo,
Sin precio justo que buscar
Y sólo la espera.

Saber encandila las nubes
Pero tormentas desatan segundos,
La duda que corta los tallos
Y siega la hierba
Sin hacer suya la guerra
De terreno quemado.

Paso y palabra,
La respuesta baldía que nada
Sin nada que hacer,
Y sólo la espera.

Me encontré frente al mar
Sin saber dónde estaba,
Queriendo saber los paisajes
Que tan rápido cambias.
Tan pronto en el cieno y el barro
Como cerca del Sol,
Te encontré frente al mar
Chocando tus gritos.
Llegué para oirte decir:
“¿Qué me roba los días,
ahora dónde estoy yo?”

Estás frente al mar
Ese eres tú,
Yo soy la estepa,
Pero he aprendido a saber
Cuándo el mar te llora,
Allí donde acaba Kamchatka.

Eres el mar, yo soy la estepa.

miércoles, 28 de enero de 2009

Eran altos como torres de marfil y no tenían falta de mirar por encima del hombro a nadie. No tenían falta de mirarlos siquiera. Brillaban en sus salones hechos para brillar, con sus espejos y sus joyas regaladas y apropiadas. Estaban en el mundo más burdo y material jamás inventado. No valían nada porque eran propiedad privada de ellos mismos.
El único problema era y sigue siendo que las torres se caen, y cuanto más alta es la torre, más fuerte la caída. Aunque siempre queda la posibilidad de que habiten torres que se levantan dos centímetros del suelo con la prepotente imaginación de que son las torres más altas del reino. Y que las joyas sean de cuarzo quebroso.

Las cabañas de paja son más altas que un palé de madera. El azabache de los artesanos del pueblo tiene más valor que el trozo de cuarzo.

martes, 20 de enero de 2009

Si se cae un tejado, agarre la niebla.
Si se tumba un zapato, encienda la cera.
Si se saltan las tuercas, apague el tendal.
Si se viste, desvístalo.

Y si no puede, haga un crucigrama y deje de pensar.

sábado, 17 de enero de 2009

Do you, Mister Jones?



Estoy empezando. Estoy empezando a agarrar el tiempo y los segundos, estoy sintiendo la vida entre mis dedos. Después de tanto tiempo deslizándose sin control, al final, siempre vuelve. Si mi vida está en mi mano, yo tengo el control de poder sentirla como quiera sentirla. Como mi vida me pertenece yo no puedo pertenecer a lo que siento, lo que siento me pertenece y está dentro del mundo de las cosas que con el puño cerrado, agarrándolas, se modelan suavemente. Al ritmo de baladas de hombres delgados como yo se toma la conciencia y la certeza sobre esto. No-caminar cabizbajo, alzando la mira desafiando al mundo, desafiando a Dios. Se tuerce entonces una sonrisa dantesca en los labios: es la respuesta que alimenta las intenciones ocultas de cualquier hombre.

Pertenecer a si mismo.

Podrán caer las vigas que sujetan el cielo en su sitio porque no me moveré de mi lugar, las vigas se tendrán que apartar. No es mi culpa que Dios disponga de construcciones tan endebles. Ya me imagino a Dios como el tío que está metido en el chanchullo de las subcontratas, lleno de capas como las cebollas. Farsante.


“Porque tú sabes que algo está pasando, pero no sabes lo que es. ¿Lo sabes, Mister Jones?”

martes, 13 de enero de 2009

Sara



Él llevaba tiempo vagando en el bosque prohibido, acostumbrado a sentirse desnudo. No tenía problemas porque no solía haber nadie por esos parajes, y cuando de vez en cuando algún intrépido bastardo iba al bosque, éste se limitaba a ver al hombre desnudo como el colmo de lo antediluviano. Así que miraba al frente y el hombre bastardo seguía caminando y desaparecía.
Una mañana llegaron las hachas y el ruido al lugar, por lo que se le acabó la sombra y el andar desnudo, pronto tuvo que acostumbrarse a las miradas férreas sobre su nuca. Él era el engendro que se solía pasear siglo atrás por la plaza del pueblo, y todo lo sabían.
Hablaba otro idioma. Sentía en otro idioma. Vivió de la beneficencia, de los restos que otros despojaban de sus inabarcables vidas.
De vez en cuando aparecían personas que decían entender su lengua; en el fondo eran buscadores aburridos en nómina del recién coronado rey. Era algo sencillo de sospechar, ya que todos tenían desalentadoras espadas cargadas de rubíes. Así pues, muchos prometían conocer y entender, pero caían como moscas del escalón. Al final quedaban un par de marginados parecidos a él, que obviamente no tenían espadas de rubíes ni le trataban de “vuestra merced”.

Llegado el día, se fugaron de ese pueblo en dirección a la gran ciudad pestilente de la época. Era la urbe más caótica y nauseabunda que se recordaría en los anales (de culo, de oler a mierda) de la historia: Calles pequeñas, hacinamientos, calderos por las ventanas, niebla penetrante, canales de agua marrón… Era el paraíso.
Fueron ellos a partir de ese momento los que se pusieron manos a la obra para buscar a sus marginados, a su reflejo por aquel lugar. Y salieron a montones, como ratas tras el flautista de Amelín, pero aparecieron también pequeños burgueses y nobles en desgracia, los cuales decían formar parte de aquello y no de lo otro.
Los marginados discutían. Aquellas personas eran las mismas que les hubieran arrastrado por las calles con los pies atados a un caballo. Temían que ellos mismos se hubiesen convertido en otra moda del mundo que tanto detestaban, en el descanso de los burgueses deprimidos por su vida de apariencias y del “qué dirán” de la época.
Al final decidieron aceptarlos a todos. Se acabarían yendo por propio pie aquellos que realmente fueran los mentirosos aduladores.
Él se enamoró de una cortesana que dijo de haberse enamorado también de él. El resto de los marginados lo aceptaron, pero no sin recelos, pues temían que la cortesana se sirviera de su nueva posición para ejercer influencia sobre su estrenado monarca. En el fondo nada más lejos de lo cierto, pues ella sabía que a él no podría influirlo de esa manera ni de la otra.
Ella no lo aduló, incluso fue distante por momentos. Él fue quien a ella adoraba, porque en ocasiones sentía su cuerpo frío en la noche.
Puede que verdaderamente él pensara que ella no tardaría en claudicar ante una moda dolorosa, puede incluso que se sorprendiera de que ella no lo abandonara cuando el resto de sus compañeros de corte se aburrieron. Puede que al principio fuera una aduladora y después en la proximidad distinguiera que ellos y él sólo eran una moda de sí mismo y que no supiera qué decir para zafarse y escapar.
Sin embargo, es posible también que ella no mintiese y que sintiera lo que no mostraba sentir. Él no había previsto una situación así en sus cuadernos dónde anotaba cada paso de su plan para conquistar las tierras norteñas. No estaba en sus planes desde que terminó años antes desnudo en el bosque prohibido.

Terminaron por ser millones en una ciudad de millones y pronto se expandieron al resto de ciudades menores. Ellos eran la peste negra de los poderosos, la peste negra del Rey.
Hordas de guerreros, una tras otra, fueron explotando frente a las defensas de cuchillos y palos con cristales de la pestilencia. Las ganas de sobrevivir y de ser eran mayores que el mejor de los hombres del Rey con su espada de platino. Cada una de aquellas sucias y andrajosas personas era capaz de morir tres veces, si hacía falta, por defender al reino de su propia tiranía.
Él era la cabeza visible, quien había originado todo aquello, el alma y la voz del nuevo orden, pero pronto se vio superado por sus sueños de amor, sueños en los que su amor era pesadilla y su pesadilla era despertar cada noche sobresaltado, buscando con su mano el cuerpo frío que le acompañaba. Era él, el hombre más poderoso de todos y el hombre más débil.

La revuelta triunfó, ya sin él, y los andrajosos fueron en derecho real a existir. Él siguió existiendo, pero sin sus harapos y sin su historia. Ahora era él un burgués a ojos de los mendigos, ya no recordaban que había sido él quien les había dado un nombre y quien se lo había quitado a sí mismo.

viernes, 9 de enero de 2009

Luz


Hacía tiempo, mucho tiempo que no recogía una noche de horas profundas para invertirla en la lectura. Yo siempre he sido una especie de lector bipolar. Cuando tengo un libro que leer, no lo leo, lo devoro. Tanto es así que mis familiares se sentían mal cuando me regalaban un libro porque al día siguiente ya lo había terminado. Sin embargo, cuando no tengo nada que leer, no leo nada, no busco nada que leer. Son los libros los que vienen a mí y soy yo quien los devora, en ningún caso soy yo quien consigue ser devorado por los libros. En definitiva, siempre ha sido menor mi necesidad de lectura que la necesidad de escribir.


De todos modos, siempre he reconocido propiedades psicotrópicas en algunos tipos de lecturas. Recuerdo el día que leí El lobo estepario. Fue una recomendación de mi hermana que por aquellos tiempos sabía en qué encrucijada me encontraba. Cuando empecé a leerlo, de mañana, pensé en que leería un poco y después saldría por la tarde a tomar unas cervezas con la gente o lo que fuese, pero cuando llegó la tarde y la gente me preguntaba si saldría, ya no podía dejar de leerlo porque también me había convertido en un lobo estepario, o en todo caso había encontrado un nombre.

Siempre he adorado leer compulsivamente por la noche. Yo no soy de los que racionan un libro en pequeñas dosis, necesito que me atrape y que me disfrace por completo. Adoro la sensación de confundirme con la lectura hasta no poder despegarme de la vida que narra. Por eso, leer un libro y terminarlo a altas horas de la madrugada es un placer sin parangón. Leer la última palabra, leer el punto y final, despegar la mirada y no pensar en mí ni en nada que me rodeé, olvidar mi vida y olvidarme de mí. Es difícil explicar qué se siente cuando cierras el libro, te levantas y te pones el pijama para meterte en la cama. Sencillamente no creo que se pueda explicar porque no pertenece a este mundo, pertenece al libro que acabas de cerrar. Y cuando tu cuerpo yace ya entre las sábanas, esas sábanas no son de ningún sitio, esa cama no es ninguna cama, las sábanas y la cama pueden ser de cualquier mundo. Lo único que en esos momentos es real es que la realidad es aparente y yo estoy en otro sitio, muy lejos, distante. Pero tal vez paralelo, con finos hilos de nailon que sujetan que uno no de desplace del otro. Siempre he asimilado esos hilos como anclajes contra la locura.

martes, 6 de enero de 2009


Se deslizan de tarde a mañana

Y para que el tiempo no pase,
Se vendan los ojos.
No entienden de juzgados de guardia,
Sólo de guaridas descolocadas
Mientras la boca se tapa el tahúr.
La seda roja es del ventrílocuo
Y los ojos saltones también,
Pero se tapa los labios y falla:
Un agujero hay en su panza,
Del muñeco, que no habla solo,
Y de ahí se disparan las balas
Que copan de platino el azul.

Seda roja, para los labios.