martes, 3 de febrero de 2009

Cantábrico


Bate sus olas con fuerza contra las rocas, así es el mar. El mar no necesita de la prudencia o de la impudencia, son sus habitantes los que dependen de él. Hay que luchar para asirse a las rocas, como el pequeño cangrejo, no vaya a ser que la corriente lo lleve mar adentro allí donde ya no hay superficie en la que estar.

Poderoso, sin preocupación, ¿por qué va a tener que pensar el mar en todo lo que sostiene con su sal y sus nutrientes? Realmente el mar no puede pensar, el mar no puede medir sus embestidas ni preocuparse de su fauna; sólo es agua luchando con agua, un charco de agua batiéndose consigo mismo.
Era uno el mar al principio, siempre estuvo solo hasta que apareció la vida, ni siquiera creen que él quisiera acogerla entre sus ondulados brazos. El hecho es que le tocó y todo al fin y al cabo está a merced de un orden mayor. La vida se incrustó en su seno y cuando ya era suficientemente mayor, se independizó y apareció la tierra desde donde mirar con nostalgia la fiereza imperecedera. Unos y otros querían ser dueños de si mismos y no del capricho de la siguiente embestida contra las rocas.

Las rocas, allí donde se une la vida del mar y la conciencia individual. Es el último eslabón evolutivo entre el mar y la tierra, allí se produce el salto de aquellos que deciden abandonar su seno. Estoy completamente seguro de que los peces de pedrero siguen dudando entre ser corzos del monte o delfines allí donde no hay escondite.
El mar embiste, sube y baja la marea, se mantiene inquieto, ¿pero qué hacen estos peces frente a su capricho? Allí no hay posos del café donde leer su futuro, sólo guijarros y cantos rodados atados a la corriente.
Dicen que el mar subirá su nivel, y si sube ¿qué será de las pozas donde viven estos peces? ¿Se quedarán esperando a no encontrar refugio? ¿Tendrán la ilusión de que el mar los arrastre a su seno y los convierta en delfines? ¿Decidirán por el contrario escapar y convertirse en corzos salvajes?

Ahora mismo me encuentro en una roca de algún pedrero escribiendo estas líneas. No puedo perder de vista el mar Cantábrico aunque sea marea baja; desde pequeño me han enseñado (y desde mayor he aprendido) que no se debe quitar la cara al mar y mucho menos darle la espalda. Ninguno sería el problema si me fuera a convertir en delfín, pero tengo miedo de golpearme la cabeza contra una roca y ahogarme en una poza de marea baja. En el Cantábrico no existen las mareas muertas.

Llevo ya mucho tiempo en tierra firme, muchísimo, y el mar no ha dejado de chocar contra las rocas. Lo han contaminado de mil maneras y no puede morir, siempre mostrará su furia. Yo no soy un lobo de mar, ni siquiera pescador de bajura, sólo soy un bañista cuando llega el verano. Pero soy receloso ante la marejada de fondo y si ondea la bandera roja, no pondré un pie en el agua. También puedo ser corzo del monte, lobo estepario, y me gusta el verde de prados y el infinito permafrost de la estepa. No me ahogaré en el Cantábrico.

A no ser que me convierta en delfín, pero no bastará con el golpeteo caprichoso de la espuma de las olas, tendrá que venir el mar en persona con diez metros de altura.

Me han enseñado desde pequeño (y desde mayor he aprendido) a no quitar la cara al Cantábrico y mucho menos darle la espalda.

Allí donde acaba Kamchatka


Frente a la duda, la terca espera.
No son flores de un día,
Es la primavera tardía
Que tardará invernoso tiempo en llegar.
Y a un día de ayer lo seré:
Desconocido precipicio en aurora
Y el tiempo que cae con las gotas
En la hierba, hasta el tallo,
Sin precio justo que buscar
Y sólo la espera.

Saber encandila las nubes
Pero tormentas desatan segundos,
La duda que corta los tallos
Y siega la hierba
Sin hacer suya la guerra
De terreno quemado.

Paso y palabra,
La respuesta baldía que nada
Sin nada que hacer,
Y sólo la espera.

Me encontré frente al mar
Sin saber dónde estaba,
Queriendo saber los paisajes
Que tan rápido cambias.
Tan pronto en el cieno y el barro
Como cerca del Sol,
Te encontré frente al mar
Chocando tus gritos.
Llegué para oirte decir:
“¿Qué me roba los días,
ahora dónde estoy yo?”

Estás frente al mar
Ese eres tú,
Yo soy la estepa,
Pero he aprendido a saber
Cuándo el mar te llora,
Allí donde acaba Kamchatka.

Eres el mar, yo soy la estepa.