domingo, 22 de noviembre de 2009

Me intentaron hacer daño. Me escupieron a la cara. Me mintieron.
A día de hoy aún juegan: “aquí no ha pasado nada”, pero sí pasa, y que me amordacen no me quita las ganas de gritar por la ventana. Estoy abandonado, estoy en esta puta habitación sucia a oscuras, con miedo a clavarme los cristales de la botella que rompiste hace tiempo contra el suelo. Esto es una ruina, un naufragio en soledad. ¿Dónde te has metido?

jueves, 19 de noviembre de 2009

Viaje en tren

No tengo la llave de esta cerradura ni hay nadie cerca que me ayude a abrir la puerta. Lejos del fuego, en mitad de la interminable estepa, hay quien sobrevive de la caza y el pastoreo y hay quien se muere de hambre.
Ellos me dijeron: “ya verás, joven, te bajarás del avión y disfrutarás de la vida”. Yo me bajé del avión y no logré ver vida en ochenta kilómetros a la redonda. La poca cosa que encontré fue una brizna de hierba acompañada de una flor celeste. Si las flores tuvieran voz estoy seguro de que podríamos haber mantenido conversaciones interminables.
Que pena que yo tampoco tenga voz, ellos me robaron las cuerdas vocales mientras dormía. Intentaron robarme los sueños también, pero ya no encontraron nada que quitarme.
Por lo menos me acompaña la tristeza, así nunca me podré morir de frío. La anhedonia es caprichosa y busca todo para si misma, pero mi corazón proyectado hacia el hielo todavía derrite lágrimas de vez en cuando.

El día en que me muera me gustaría morir sabiendo quien soy y quien fui, aunque eso tal vez es mucho pedir.

lunes, 16 de noviembre de 2009

“No sé dónde estarás metido, pero se hace tarde y aún tenemos que terminar el trabajo. Sé que te llevaste el cuchillo pringando toda la casa de sangre, y si no queríamos pruebas y pretendíamos deshacernos de los cuerpos como por arte de magia, nos ha salido el tiro por la culata. El salón ha quedado como un puto escenario de película de zombies, aunque todo hay que decirlo, las butacas blancas están ahora mucho más bonitas. Que pena que ya empiece a oler a muerto por aquí dentro.”

“Ya olía así mucho antes de que tú y yo cruzáramos el marco de la puerta.
En mi pueblo esto es lo que se hace a los conejos mixomatosos, se les pasa el cuchillo por el cuello y luego al contenedor. Eso sí, reconozco que el trabajo no nos ha salido en la línea del plan, ¡pero qué ilusos que fuimos pensando que podríamos arreglarlo todo a base de golpes en la nuca! (No estaba metido en ningún sitio, estaba pensando en qué hacer con el puto cuchillo).”

No se esconde nada detrás de la sangre, todo es la gran mentira que lleva carcomiendo al humano durante milenios, Dios y el Rey, los parásitos. Limitar el significado de esas dos palabras al significado de esas dos palabras no es preciso. ¿Si no se ha jodido ya suficiente el ser humano con un puñado controlable de dioses, qué coño va a hacer ahora en tiempos en los que cada objeto animado o inanimado parece ser ya poseedor de ese espíritu elemental que lo justifica todo por sí mismo?
El salón está lleno de gente muerta a la que llorarán sus familias, pero nosotros no lloraremos por ellos, hubo un tiempo atrás en el que eligieron formar parte de la humanidad o subyugarla. Nosotros, haciendo alarde de esa libertad de decisión, hemos decidido acabar con la carcoma y erradicar el parasitismo ancestral que agota el avance humano de la humanidad (parece redundante, pero tristemente, no lo es).

En una generación desangelada, que aparentemente no lucha por nada y se limita a respirar y a emborracharse, el sonido de la corneta despertará en feroz batalla a aquellos que nunca se han mostrado dispuestos. Cuando suene la corneta, despertarán de entre los muertos. No hay dios sin rey que lo sostenga.
Si bien es cierto que no será una lucha sencilla, pues hay tantos reyes como dioses y cuando una de esas parejas bipolares cae, pronto le sucede otra.

Y se equivocan si de verdad piensan que necesitaremos de cuchillos y cortar arterias. Nos basta la palabra y el dolor, y hablaremos del amor, de la muerte y del olvido. Diremos que piensen con el cerebro antes de que sea demasiado tarde y empiecen a pensar con los riñones. El letargo del humano occidental se está haciendo demasiado largo, ya veinte años libres de peligros con un sofá donde sentarse. Y si yo ya soy tan viejo como ese letargo y me doy cuenta, ¿por qué no se iban a dar cuenta otros tantos como yo?

Y a aquel que nos diga “sabéis de sobra cómo es la naturaleza humana”, le daremos la razón: Nosotros no somos las personas buenas que pondrán la otra mejilla después del primer golpe.