lunes, 25 de octubre de 2010

Knives out


Me perdí en la intención de crear sobre las nubes anaranjadas, olvidándome de que éstas eran un holograma y que, debajo de ellas, se hallaba el cemento sempiterno. Así me perdí también en las palabras y en los ojos vacíos, buscando cualquier excusa para salvaguardarme del corte.

Ese corte frío, profundo y sucio, que devuelve a uno de su ensimismamiento ortopédico-juvenil de promesas aladas hacia el sillón de cuero de los domingos, ya demasiado cuarteado por sostener el peso muerto de una vida que no avanza.

Demasiadas promesas no hacen el mundo, pero ellas me atrapan entre sus somníferos porque saben que volveré a caer otra vez más. Demasiadas palabras no hacen al hombre; demasiadas pocas tampoco.

Lo único que aporta movimiento a la vida es tener un propósito, y de éste derivan todas las demás motivaciones. Mi ausencia de propósito lastra mis pasos sin rumbo y favorece tomar lo banal como esencial, fuente interminable de propósitos de segundo orden, conmutables por el sueño en desgracia de re-descubrir juegos obsoletos en los que yo siempre fui juguete.