jueves, 22 de septiembre de 2016


La familiaridad asalta, de vez en cuando, en los rostros desconocidos. Rasgos, gestos, motas de polvo que caen sobre el interruptor de aquello que siempre había estado a oscuras, hasta redescubrirlo; o engaños de sueños, dejavus varios, presas del pánico. Se desata la intuición, como cuando sentí el viento helado de aquella calle de Estocolmo, tirando de mi piel bajo el Sol testigo; entonces me pareció una señal del camino, un canapé real, el hito en el collado. Eso es mucho más sencillo que cuando se trata de personas, personas que te miran por primera vez como si te conociesen de toda la vida, sonriendo, con los ojos. Peligro, huye, salta, escóndete. Y recuerda, siempre es mejor redescubrir a las personas buenas que ya descubriste un buen día. Ese cariño no es mitológico. Ese cariño es de verdad. Hay cosas que no pueden morir. Otras morirán inexorablemente.