La familiaridad asalta, de vez en
cuando, en los rostros desconocidos. Rasgos, gestos, motas de polvo que caen
sobre el interruptor de aquello que siempre había estado a oscuras, hasta
redescubrirlo; o engaños de sueños, dejavus varios, presas del pánico. Se
desata la intuición, como cuando sentí el viento helado de aquella calle de
Estocolmo, tirando de mi piel bajo el Sol testigo; entonces me pareció una
señal del camino, un canapé real, el hito en el collado. Eso es mucho más
sencillo que cuando se trata de personas, personas que te miran por primera vez
como si te conociesen de toda la vida, sonriendo, con los ojos. Peligro, huye,
salta, escóndete. Y recuerda, siempre es mejor redescubrir a las personas buenas
que ya descubriste un buen día. Ese cariño no es mitológico. Ese cariño es de
verdad. Hay cosas que no pueden morir. Otras morirán inexorablemente.
jueves, 22 de septiembre de 2016
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