lunes, 30 de marzo de 2009


Detrás de cada nuevo sombrero hay una oscura intención de poder manejar al antojo las variables independientes del tiempo. Algunos lo saben e intentar dar alarde de ello, maquinando contra los besos, labios hastiados del rugoso tacto de los cristales de azúcar. Es por ello que algunos se llevan el sombrero al pecho a la hora de saludar a cualquier fantasma de las navidades pasadas, siempre se les va el santo al cielo y mientras que ellos miran desconfiados, otros gritan al oído con desbordante alegría: “¿truco o trato?”. Bah, todos son juegos de infantes gordinflones de tanto azúcar y bombones de licor de cereza, son como las mentiras de prensa, noticias a medias.

¿Dónde estaban cuando se derrumbó mi edificio, cuando me caí al estanque aquel?


Jóvenes precursores de la escritura acomplejada, alzar las voces contra el viento y contra el hielo, nos deben estufas y fuego para no morirnos de frío. Ellos, ladrones fantasmales de tiempos ancianos, son la causa de que la desidia placentera de lo confortable abandone a los hijos del ocaso de Octubre. Hijos de la niebla, del ocre de los pasos, como los bosques estancados en la enfermedad del deseo.


Que en el ocaso de Abril no nos ahoguemos en la lluvia los hijos de Octubre.

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