jueves, 25 de diciembre de 2008

Tardes de lluvia (allá por el 2006)

Era un día de lluvia, uno de tantos que daban forma a ese interminable invierno. Gente abrigada, poca gente; paseos y parques vacíos. La vida parecía marchita en esos días, la luz estaba ausente y la tonalidad del pétreo cemento de la gran ciudad la reflejaba como una gran tumba, esa tumba donde miles de almas ansían la llegada de tiempos mejores. De vez en cuando la vista de alguna pareja paseando bajo un mismo paraguas alegraba la mente de los solitarios personajes que se enfrentaban a la tristeza de días como aquel, y es que eso era Marta aquel día, tan solo una más del ilimitado número de almas que tendrían que ahogarse en la cruda monotonía de la soledad. El viernes, día que para ella significaba el descanso y disfrute después de una larga semana, se convertía en el más profundo de los pozos, en aquella gruta donde ese lobo estepario debía descansar todas aquellas mentiras que lo agarrotaban por dentro, todas las vanas palabras de personas que se hacían llamar sus amigos.
La idea de encerrarse en su habitación escuchando música la deprimía aún más, por lo que tan solo le quedaba vagar, y de vez en cuando echar un vistazo a escaparates que ya estaba cansada de mirar. En ocasiones, se quedaba ensimismada mirando no los artículos, sino su propio reflejo en el cristal. Era una chica rara, una chica que no podía dejarte indiferente. Su mirada, era el reflejo de una madurez ocultada bajo la apariencia de una adolescente sin complicaciones y victima de las propias modas de la edad: pantalones anchos vaqueros, converses rojas, plumífero negro… Su pelo era largo y negro, completamente liso y cuidado, y entre los mechones que se dejaban resbalar por su frente, se podían observar unos ojos color miel que a más de uno habrían engatusado. Su expresión quedaba definida por una nariz pequeña y graciosa; era una pena que fuera una chica tan seria, o tan triste…
Después de un largo paseo en esa tarde de lluvia bajo su paraguas blanco, tubo el pronto de echar una mirada hacia ese cielo que lloraba sobre ella, un cielo completamente encapotado que parecía no mostrarse suficientemente satisfecho con toda el agua ya derramada, y es que fue en ese preciso momento, mientras decenas de gotas recorrían su rostro, cuando pudo percatarse de una escena poco común que lo mínimo que hizo fue sorprenderla: en la cornisa del ático del edificio bajo el que ella estaba, un chico se encontraba de pie, jugueteando con su destino, dejando que fuese el viento quien tomara una decisión por él. Los sentimientos y el pánico que Marta sufrió en ese instante la descubrieron desesperadamente subiendo por las escaleras del edificio hasta llegar a su décimo piso, cuya puerta estaba entreabierta. Al salir, la imagen del chico la sobrecogió: este se encontraba mirando hacia el vacío, con los brazos extendidos y completamente mojado; las gotas resbalaban por un pelo ralo y descuidado, y seguían hasta encontrarse con una camiseta negra y un pantalón vaquero.

- No te acerques - dijo el muchacho, que debió de percatarse de su presencia.

- Tranquilo, no tengo intención de hacerte nada. ¿Pretendes tirarte? - Marta intentaba parecer lo más serena posible, pero su nerviosismo la estaba ganando paso a paso, y la expresión de su rostro no conseguía más que reflejar el terror que sentía.

- ¿Tú que crees? ¿Qué estoy aquí por gusto?- replicó este con voz queda.

- No lo se…

- Deberías irte, no quiero hacer sufrir a más gente que no lo merece – dijo el chico con tono de tristeza -. Mi vida ya no merece nada, yo no merezco nada. Todo lo que he vivido me ha enseñado a conseguir odiarme más y a todo cuanto me rodea.

- Joder, todos lo tenemos que pasar mal, ¿crees acaso que la vida es un camino de rosas? De verdad crees que yo nunca he sentido las ganas de hacer lo que tú estás intentando hacer, que yo nunca me he sentido morir… Pero por muy mal que lo pases, siempre tienes la esperanza de que la vida te pueda deparar algo más que infortunios, siempre depositas tu fuerza y amor propio para que la vida te devuelva lo que alguna vez logró quitarte, esa felicidad…- dijo Marta, mientras perdía la mirada en el infinito del cielo.

- ¿Cuál felicidad? Yo ya no se lo que es la felicidad – la voz del muchacho aumentaba su tono, pero este se perdía entre el susurro del viento -. Desde el momento de mi nacimiento he estado condenado. Mi madre siempre pasó de mí como de la mierda, mi padre llegaba borracho a casa y la pegaba… ¿Crees que un niño puede crecer viviendo entre el odio de una familia así? El sufrimiento, el dolor… Alguna vez he pensado que era posible salir de esta espiral estática, de abandonar este jodido camino por el que siempre me he movido en círculos, pero todo eran ilusiones, la suerte pronto dejó las cosas donde debían estar, me dejó hundido, me dejó solo… Y aún cuando debería entristecerme la muerte de un padre, no hace sino alegrarme que no pueda estar aquí para recordarme todas aquellas tardes en las que aún no conocía más sentido que el del sabor de las lágrimas.

En aquel momento, el viento sopló con una fuerte racha, y Marta pudo observar como el cuerpo de aquel desconocido hombre se tambaleaba en pos de una vida mejor…

-¡NO! ¡Por favor no te tires!, joder tío – Marta se tranquilizó al ver que este recuperaba su equilibrio -. Déjame hablar contigo, se que te puedo ayudar, se que necesitas a alguien que te pueda comprender. Comparte tu sufrimiento conmigo, pero no te tires, por favor, no te tires…

- ¡Lo que menos necesito es alguien que se compadezca de mí!, de esos ya han habido bastantes, y al final todos me fueron dejando solo, abandonado como un perro – gritó realmente contrariado.

- Lo se, joder, lo se – repitió ella dejando entrever su nerviosismo –. Al menos dime tú nombre…

- Juan – dijo este con la voz apagada.

- Juan… - susurro Marta de manera casi imperceptible, dejando que su nombre flotara en el aire hasta llegar al cuerpo que le daba la espalda -. Sabes que esta no es la solución, sabes que este es el camino más corto hacia la cobardía. Lo mejor sería que te apartaras de ahí y vinieras conmigo para hablar en un lugar tranquilo; seguro que podemos llegar a comprendernos, seguro que eres capaz de recapacitar. Por favor, dame tan solo una oportunidad, no te defraudaré, yo no te dejaré tirado, yo no te abandonaré – su voz se fue diluyendo mientras unas lágrimas lograban deslizarse entre su rostro mojado y completamente descompuesto.

- Mira, se que tus intenciones son buenas – dijo Juan -. También se lo sinceras que han sido tus palabras, y te comprendo, en serio. Todas las elecciones muestran caminos infinitamente desconocidos, pero yo soy incapaz de aventurarme más allá de donde mi maltrecho corazón ha logrado soportar. No se como eres, pero si se como no serás, nunca podrás ser como yo.

Y girando su cabeza lentamente, miro a la miel de tan llorosos ojos, y con una sonrisa en sus labios cogió la fuerza que lo impulsó hasta lanzarle al vació.


Desde aquel momento Marta nunca pudo volver a ser la misma, la vida dejo de tener el significado que la contrariaba y asfixiaba en un mundo tan efímero, donde los sentimientos dictaban la sentencia y donde el dolor se transformaba en lo verdaderamente esencial. Las últimas palabras de aquel chico lograron despertarla de su sueño, y aunque el precio fuese demasiado elevado, el dolor y el sentimiento de culpa dejaron paso a un estado de conciencia donde pudo apreciar que los matices que definen nuestra existencia no están en contra de permitirnos sentir la esencia real de la vida, ya que como dice la canción:


” Esta es la última vez que te abandonaré,
y esta es, la última vez que te olvidaré,
ojalá pudiese…”

lunes, 22 de diciembre de 2008

Has comido piedras y has sufrido lo que Dios sólo reserva a unos pocos, con el convencimiento de que detrás de eso no hay nada más. Pero te queda la certeza, la certeza de que un poco más allá no hay ninguna parte, la nada, espacio vacío, allí donde tus moléculas orgánicas se fusionan con el suelo orgánico.
Jamás leerás esto, jamás sabrás que los sé, jamás sabrás de la vergüenza que me atraganta al verme incomunicado tanto tiempo sin ti, tanto tiempo sin saber de ti, tanto tiempo relegándote a la última página del libro de caras que dibujo cuando me aburro.
Y ahora, en una tarde cualquiera, salta la liebre y me atormenta, me atormentas. ¿Por qué tienes tan mala suerte, o tan malos genes? Esto ya no tiene gracia, ni ninguna de las paridas que hicimos hace ya tanto tiempo. Todo queda muy muy lejos, demasiado lejos si tan pronto dejas de aparecer. No me hagas esto, ni a mi ni a tu peor enemigo. Por favor. Yo siempre seré Diego, y tu el chico que me saca de quicio con una regla rota… Por favor, sigue haciéndolo.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Desde que empecé con esto, ellos andaban a seis patas por la calzada romana cercana a mi casa. Y no tan importante eran ellos como la calzada. Los fuegos fatuos juraban fidelidad a la bandera de ninguna causa, pero más tarde descansaban en brazos de la Güestia. Los niños que jugaban a tirarse piedras desconocieron por siempre los motivos, pero estos, cuando anochecía con el ruido de castaños, corrían a esconderse en el manto protector de sus madres porque no querían vagar eternamente con un hueso encendido en la mano, no querían portar una condena, no eran suficientemente buenos.

A veces, cuando alguien tiene un calcetín negro, siente la extrema necesidad de esconderlo debajo de un montón de monedas. Son el entusiasmo y la rabia. Después son el entusiasmo y la labia de quien intenta convencer a alguno de ellos para que deje de hacerlo. Misericordia, que trazan las velas, velas blancas y velas negras, con cera que se torna rosa en contacto con el calor. Porque las palabras en si mismas son cáscaras, carcasas de un poco de nada traducido a la interpretación que hemos aprendido a conceder. Pero cuando alguno de éstos se da cuenta del negocio fundamental, se cae el cielo mientras las viejas gritan victoriosas “¡Dominaremos el mundo y seremos jóvenes otra vez!”, ellas que se veían al borde de la muerte, siendo conscientes de que la próxima generación en caer sería la suya.

Yo soy una de esas viejas. Pero mi atuendo no es típico ni regional, soy en el cuerpo de un chico. Y no me importa vivir y encontrar limitaciones porque seguiré viviendo, claro está, hasta que me encuentre la Güestia, en una salida cualquiera. Aquí, o ahí.