jueves, 22 de septiembre de 2016


La familiaridad asalta, de vez en cuando, en los rostros desconocidos. Rasgos, gestos, motas de polvo que caen sobre el interruptor de aquello que siempre había estado a oscuras, hasta redescubrirlo; o engaños de sueños, dejavus varios, presas del pánico. Se desata la intuición, como cuando sentí el viento helado de aquella calle de Estocolmo, tirando de mi piel bajo el Sol testigo; entonces me pareció una señal del camino, un canapé real, el hito en el collado. Eso es mucho más sencillo que cuando se trata de personas, personas que te miran por primera vez como si te conociesen de toda la vida, sonriendo, con los ojos. Peligro, huye, salta, escóndete. Y recuerda, siempre es mejor redescubrir a las personas buenas que ya descubriste un buen día. Ese cariño no es mitológico. Ese cariño es de verdad. Hay cosas que no pueden morir. Otras morirán inexorablemente.

lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Ahora sí, verdad? ¿Me compensas por el tiempo que me has robado o por todo el que me quitarás?

O todo, o nada. O nada, o nada. O todo y nada. O nada y todo.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Sueños de noches árticas


¡Gymnopedias, por favor! ¡Eso es lo que necesita el mundo!

¿No lo oyes en el aire? Ha cambiado el susurrar.

Mañana va a llover. Y seguirá. Por eso me esconderé bajo las piedras de los muros, como las largatijas. En el muro de la hispanidad, en la tumba del fascismo.

(Odio el fascismo espacio-temporal).

miércoles, 15 de junio de 2011

“Escucháis golpes en la tapa del ataúd.

Asustados, descompuestos, abrís la puerta al ‘no puede ser’.

El ‘no puede ser’ es, por antonomasia, el único ser.”

Susurró el muerto a su descomposición.

lunes, 13 de junio de 2011

Cantiga de escarnio

Dulce sabor el de la soledad masticada entre legumbres de cristal y vaivenes elitistas. ¿Permitir el recurso de la equivocación? Si, como si todas las palabras del mundo supusieran algo por si mismas cuando alguien entra en la argumentación hiperbólica de la que tú, mi amada del eterno retorno, eres máximo exponente. Justificar lo injustificable con el menor precio político es útil para escabullir el bulto y lograr que se mantenga el statu quo inherente a tu cobardía, lo cual tampoco quita que puedas darte de cuando en cuando el placer de la queja y el lloro. Incomprensión, alboroto y desnudez frente a la mediocridad de la que no quieres formar parte mientras fornicas con tu propia retórica.

Hablar mierda.

Cuando el dolor y su tesitura amarga se aproximan a mí, me coloco la servilleta al cuello y levanto cuchillo y tenedor preparado para el festín. Así fue la segunda vez y desde entonces, porque logré aprender de los errores de perderme por primera vez en el valle de Valium tras entrar a través de su pórtico de inscripciones cuneiformes.

Te necesité más de lo que tú quisiste necesitarme. Y aun así, quise necesitarte más de lo que te necesitaba, engañado por el placer de no estar solo en el camino hacia la perdición. Consuelo de un tonto hipnotizado por escapar agarrado de tu mano de tanto escarnio y que, tras tanto tiempo, insignificante tiempo, no logró escarmentar de tus medianías políticamente correctas pero devastadoras para mi, prubín, maltrecho corazón cansado del empalagoso sabor de repetir tantas veces ‘maltrecho corazón’.

Maltrecho, maleducado, egoísta, impertinente, psicópata corazón.

Eterno retorno, que no cambia nada pero que lo cambia todo cuando la paciencia se agota de tanto dolor infligido por el pensamiento mágico.

Ahora es demasiado tarde. Hoy soñé que tras colocarme la servilleta al cuello, me zampaba tu pelo con cuchillo y tenedor.

domingo, 1 de mayo de 2011

Libreta verde

La vida que surgió y un día se escondió en los matices elementales de las palabras, por fin atravesará los desfiladeros que acaecen en las memorias deshilachadas de aquellos que se hacen llamar fuego de la vida y mastican vuestra culpa en su existencia purgativa de la humanidad unificada.

martes, 22 de marzo de 2011

220320111


Al fin y al cabo, la Osa Mayor no deja de ser una soga al cuello. Y yo, que debería de estar ya más que acostumbrado a esa índole de estrujamientos, no puedo sin embargo dejar de fabular sobre el final de su tiempo, ese periodo concreto en que el terminar de las cosas supone un nuevo comienzo en otro plano distinto, con barro, también, claro, pero de distinto sabor. Todos los ojos que vi como mariposas juguetonas se están convirtiendo en polillas. Todas las palabras que un día blandí con orgullo se encuentran hoy obsoletas, en desuso o perdidas. Yo no perdí labia, perdí mis labios y un dicharachero trovador del otoño me susurró después al oído: “¿de verdad los quieres de vuelta? Yo sé dónde se encuentran, te lo podría decir”.

Claro que él no lo sabía, estuvo jugando conmigo, quería mi sufrimiento de ‘final del hombre’ para su propia inspiración.

Siempre es demasiado tarde, eso lo dicen los gatos con sus ojos inquisidores. Pelaje suave, blanditos. Si ronronean casi puedes percibir su amor y sin embargo no es amorosa su intención, sino el más religioso aviso de calamidad.