lunes, 13 de junio de 2011

Cantiga de escarnio

Dulce sabor el de la soledad masticada entre legumbres de cristal y vaivenes elitistas. ¿Permitir el recurso de la equivocación? Si, como si todas las palabras del mundo supusieran algo por si mismas cuando alguien entra en la argumentación hiperbólica de la que tú, mi amada del eterno retorno, eres máximo exponente. Justificar lo injustificable con el menor precio político es útil para escabullir el bulto y lograr que se mantenga el statu quo inherente a tu cobardía, lo cual tampoco quita que puedas darte de cuando en cuando el placer de la queja y el lloro. Incomprensión, alboroto y desnudez frente a la mediocridad de la que no quieres formar parte mientras fornicas con tu propia retórica.

Hablar mierda.

Cuando el dolor y su tesitura amarga se aproximan a mí, me coloco la servilleta al cuello y levanto cuchillo y tenedor preparado para el festín. Así fue la segunda vez y desde entonces, porque logré aprender de los errores de perderme por primera vez en el valle de Valium tras entrar a través de su pórtico de inscripciones cuneiformes.

Te necesité más de lo que tú quisiste necesitarme. Y aun así, quise necesitarte más de lo que te necesitaba, engañado por el placer de no estar solo en el camino hacia la perdición. Consuelo de un tonto hipnotizado por escapar agarrado de tu mano de tanto escarnio y que, tras tanto tiempo, insignificante tiempo, no logró escarmentar de tus medianías políticamente correctas pero devastadoras para mi, prubín, maltrecho corazón cansado del empalagoso sabor de repetir tantas veces ‘maltrecho corazón’.

Maltrecho, maleducado, egoísta, impertinente, psicópata corazón.

Eterno retorno, que no cambia nada pero que lo cambia todo cuando la paciencia se agota de tanto dolor infligido por el pensamiento mágico.

Ahora es demasiado tarde. Hoy soñé que tras colocarme la servilleta al cuello, me zampaba tu pelo con cuchillo y tenedor.

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