miércoles, 15 de octubre de 2008

Se deslizaba entre mis dedos. Yo, mientras tanto, miraba el techo.

Me lo dijo al oído un día que el Sol quemaba mi nuca: "No me aprietes". Por aquel entonces yo lo miraba ensimismado, no sabía lo que era y me limitaba a disfrutar de su textura. Era como un tango sin sonido, convertía cada nota del contrabajo en algo que agarrotaba mis manos impidiendo agarrarlo. "Y si me agarrotas las manos, ¿por qué me pides que no te apriete?". Entonces cambiaba de color y yo dejaba de mirar enfadado. Cuando se daba cuenta de que apartaba los ojos, cambiaba de melodía, cambiaba de tango. Solía elegir uno de Piazzolla porque era más rocambolesco. Los contrabajos traían consigo otras sensaciones: parecía que había momentos en los que las manos aliviaban un poco de su rigidez, pero sólo era para que volviera a mirarlo. Después, la mano volvía a ser una maldita piedra.

Cuando me aprendí todas las de Piazzolla se hizo el silencio y mis manos sólo sintieron el aire. Miré entonces mi mano y no vi nada.

No hay comentarios: