jueves, 19 de noviembre de 2009

Viaje en tren

No tengo la llave de esta cerradura ni hay nadie cerca que me ayude a abrir la puerta. Lejos del fuego, en mitad de la interminable estepa, hay quien sobrevive de la caza y el pastoreo y hay quien se muere de hambre.
Ellos me dijeron: “ya verás, joven, te bajarás del avión y disfrutarás de la vida”. Yo me bajé del avión y no logré ver vida en ochenta kilómetros a la redonda. La poca cosa que encontré fue una brizna de hierba acompañada de una flor celeste. Si las flores tuvieran voz estoy seguro de que podríamos haber mantenido conversaciones interminables.
Que pena que yo tampoco tenga voz, ellos me robaron las cuerdas vocales mientras dormía. Intentaron robarme los sueños también, pero ya no encontraron nada que quitarme.
Por lo menos me acompaña la tristeza, así nunca me podré morir de frío. La anhedonia es caprichosa y busca todo para si misma, pero mi corazón proyectado hacia el hielo todavía derrite lágrimas de vez en cuando.

El día en que me muera me gustaría morir sabiendo quien soy y quien fui, aunque eso tal vez es mucho pedir.

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