lunes, 16 de noviembre de 2009

“No sé dónde estarás metido, pero se hace tarde y aún tenemos que terminar el trabajo. Sé que te llevaste el cuchillo pringando toda la casa de sangre, y si no queríamos pruebas y pretendíamos deshacernos de los cuerpos como por arte de magia, nos ha salido el tiro por la culata. El salón ha quedado como un puto escenario de película de zombies, aunque todo hay que decirlo, las butacas blancas están ahora mucho más bonitas. Que pena que ya empiece a oler a muerto por aquí dentro.”

“Ya olía así mucho antes de que tú y yo cruzáramos el marco de la puerta.
En mi pueblo esto es lo que se hace a los conejos mixomatosos, se les pasa el cuchillo por el cuello y luego al contenedor. Eso sí, reconozco que el trabajo no nos ha salido en la línea del plan, ¡pero qué ilusos que fuimos pensando que podríamos arreglarlo todo a base de golpes en la nuca! (No estaba metido en ningún sitio, estaba pensando en qué hacer con el puto cuchillo).”

No se esconde nada detrás de la sangre, todo es la gran mentira que lleva carcomiendo al humano durante milenios, Dios y el Rey, los parásitos. Limitar el significado de esas dos palabras al significado de esas dos palabras no es preciso. ¿Si no se ha jodido ya suficiente el ser humano con un puñado controlable de dioses, qué coño va a hacer ahora en tiempos en los que cada objeto animado o inanimado parece ser ya poseedor de ese espíritu elemental que lo justifica todo por sí mismo?
El salón está lleno de gente muerta a la que llorarán sus familias, pero nosotros no lloraremos por ellos, hubo un tiempo atrás en el que eligieron formar parte de la humanidad o subyugarla. Nosotros, haciendo alarde de esa libertad de decisión, hemos decidido acabar con la carcoma y erradicar el parasitismo ancestral que agota el avance humano de la humanidad (parece redundante, pero tristemente, no lo es).

En una generación desangelada, que aparentemente no lucha por nada y se limita a respirar y a emborracharse, el sonido de la corneta despertará en feroz batalla a aquellos que nunca se han mostrado dispuestos. Cuando suene la corneta, despertarán de entre los muertos. No hay dios sin rey que lo sostenga.
Si bien es cierto que no será una lucha sencilla, pues hay tantos reyes como dioses y cuando una de esas parejas bipolares cae, pronto le sucede otra.

Y se equivocan si de verdad piensan que necesitaremos de cuchillos y cortar arterias. Nos basta la palabra y el dolor, y hablaremos del amor, de la muerte y del olvido. Diremos que piensen con el cerebro antes de que sea demasiado tarde y empiecen a pensar con los riñones. El letargo del humano occidental se está haciendo demasiado largo, ya veinte años libres de peligros con un sofá donde sentarse. Y si yo ya soy tan viejo como ese letargo y me doy cuenta, ¿por qué no se iban a dar cuenta otros tantos como yo?

Y a aquel que nos diga “sabéis de sobra cómo es la naturaleza humana”, le daremos la razón: Nosotros no somos las personas buenas que pondrán la otra mejilla después del primer golpe.

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