lunes, 26 de abril de 2010

Entre los pesos del diálogo sin diálogo no hay más peso que las manos que sostienen la posibilidad de tocar aquello que no existe en las palabras, sexo consumado. Es intención resquebrajada que trabaja para un fin, cuando debe de ser un fin en si mismo el hecho de hablar.

Muchos se sorprenden a si mismos cuando, tras gritar a los cielos y los infiernos que las palabras estaban ya todas dichas (mejor callarse que hablar callado), aparece la posibilidad de hablar lo hablado todas las veces que sea necesario. Pero hablar sin hablar no aporta nada más que lo que se busque con las palabras. Es instrumento para, no fin en sí mismo: es un fracaso. Aquel que con premisas interiorizadas no vuelva a hablar “en posibilidad” de nuevas palabras, estará pretendiendo utilizar el fuego para lavarse la cara. Y quien se lava la cara con fuego deja de reconocerse al espejo.


Hable si hablar le trae nuevas palabras. Hablar desde el pasado dogmático es un querer y no poder tener palabras, es conformarse con lo que pueda depararle abrir su boca cotidiana, pero en la boca abierta las moscas de la complacencia dejan las huevas de la mediocridad para olvidarse de la creación perpetua. Sólo el que crea no muere nunca porque sólo somos en lo creado y sus ideas. Aquel cotidiano que viva sin crear y sin destruir, absorbido por la cultura del cemento, estará más muerto que vivo y solamente será instrumento inconsciente del mundo.

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