martes, 8 de junio de 2010

Y el terrible miedo de que sólo sea causa de la cafeína


No estoy mintiendo en los tests, no coartes mi libertad de expresión. A lo mejor tus clasificaciones no logran colocarme en el centro de tus disputas y elucubraciones. Un hondo pesar acongoja a mis chiquitas palabras, que se cubren de un halo de destierro para parecer más mundanas y explícitas. Pero la solución que acontece no pasa por los farolillos rojos de un tiempo atrás, en Pekín. Eso pasó hace mucho tiempo. Demasiado para derribar los muros de este nuevo orden, censura, la policía del pensamiento. Asustaría al más noble y al más mundano.


De metal y de plástico.
Listo para consumir.

¡Oh, no!

¿Ese es un humano de los de antes?
¿Lo parió un útero deseoso de parirlo?
¿Lloró y era una pesada carga?
¿Respiró y se desentendió de sus obligaciones?
¿Pretendió volar y descubrió que no tenía alas?

El humo se estrella contra la luz del flexo. A Düsseldorf parece darle lo mismo.

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