martes, 23 de septiembre de 2008

Detrás de mi está, con sus pupilas mirando mi nuca y susurrando en lenguas desconocidas, como si de un hechizo se tratara y no hubiera otros principios por los que guiarse. A veces, cuando el ritmo de la canción es escupido por los altavoces, noto la vibración en el aire y la tinto con la imaginación creando formas que se superponen, apareciendo y desapareciendo sueños. Sin embargo, lo inmutable siguen siendo las pupilas, ahí, en mi nuca. Algunos días soy capaz de sentir qué ropa lleva o si la lleva puesta; otros días noto qué lleva en su mano: un hacha, un pañuelo rojo, la Biblia, el carmín de sus labios o una llave incluso. Siempre ha estado en mi espalda como predicador, como asesino, como promesa, y nunca he tenido miedo a que me cortara la cabeza ni me guiara por la senda equivocada, lo que me asusta cada vez que me siento y le doy la espalda es que sus pupilas ya no estén en mi nuca, intentando cortarme el cuello.

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