sábado, 21 de junio de 2008


ADORO ese aire, sobre todo en la noche, gusto afrutado, especiado y cálido, seco. Adoro a los amigos de mis amigos y aquellas interesantes conversaciones sobre todo y sobre nada. Parecía una vida trascendental, parecía que algo servía de algo.

Luego, como siempre, volver. Volver y olvidarse de lo que está ahí afuera y todo lo que me pierdo. Volver a las palabras yermas y a la insipidez del corazón. Gente, gente, millares, iguales, caducando mis pasos por las calles que, cuanto más de noche y más solitarias están, más bonitas son.

ODIO este lugar, sobre todo en la noche, cuando la franqueza de la soledad hace que la conciencia susurre “no, diego, no todo está bien, nada está bien y tú te estás muriendo en este lugar”. Sonriendo, como si no me importara tres mierdas lo que dice la gente, como si hubiera algo interesante que sacar de este infanticidio del Shabbat.

No hay nada, nunca ha habido nada, y debería ser este el momento en el que acabar con esta maldita esperanza que sólo consigue que no me rinda y que continúe con esta absurda tortura china.

Pero se acaba el sábado, se acaba la semana, y todo vuelve a comenzar otra vez más.

Me volveré de corcho y con cara de poker.

No hay comentarios: