martes, 17 de junio de 2008

Oído y tibieza. Mordiscos envueltos con las sábanas y la piel, enfrentados a cirros ardientes. Piel de gallina y diamantes de hielo. Lucha el frío contra el calor cuando el cuerpo yace sobre la hierba, a los pies de una magnolia, su madre, mientras los pétalos blancos caen hasta sepultar los párpados. Son cirros, ellos que se clavan en los tobillos, quemando mientras el dolor sonríe. Cristales hasta que llega el frío; entonces se derriten.

Cristales de hielo
que lo sostiene,
pero más sencillo, ladrón.
Justo.
Justo.

"Este periodo corresponde a la muerte carmesí, yacer cuerpos en las calles sin vida anterior al fracaso. Aliento que descubre si uno aprieta el gatillo. Efectivamente, si todos matan, la ciencia no muere."

Pero encuentra, no antes sin dolor, la planta de adormidera en el pecho de su mejor amigo. Pero sólo es carne y él sólo un cuchillo; nunca vio al Sol gritarle que aquello fuera malo, nunca escuchó al arroyo decirle que aquello fuera dolor, jamás le susurró una brizna de hierba una palabra sobre la envidia. Lo hizo por amor, era lo único que conocía.
Resultó que el Sol, el arroyo y las briznas de hierba eran imbéciles.
Intentó respirar tierra, la tierra que se descomponía bajo la magnolia, allí donde dejó muerto a su amigo. Entonces se ahogó.

"Mienten, ellos mienten, susurran. Oídos, tibieza. Se enlatan."

No hay comentarios: