miércoles, 28 de enero de 2009

Eran altos como torres de marfil y no tenían falta de mirar por encima del hombro a nadie. No tenían falta de mirarlos siquiera. Brillaban en sus salones hechos para brillar, con sus espejos y sus joyas regaladas y apropiadas. Estaban en el mundo más burdo y material jamás inventado. No valían nada porque eran propiedad privada de ellos mismos.
El único problema era y sigue siendo que las torres se caen, y cuanto más alta es la torre, más fuerte la caída. Aunque siempre queda la posibilidad de que habiten torres que se levantan dos centímetros del suelo con la prepotente imaginación de que son las torres más altas del reino. Y que las joyas sean de cuarzo quebroso.

Las cabañas de paja son más altas que un palé de madera. El azabache de los artesanos del pueblo tiene más valor que el trozo de cuarzo.

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