martes, 18 de septiembre de 2007

Carpe Diem ...

Así, así, así caía el tren por el precipicio. Se podía oír a la gente gritando el típico "Oh, Dios mio, ¡¿qué está ocurriendo?!", pero el sonido era más lento que la caída en si, de modo que el desenlace fue obvio. El tren acabó aplastado contra un pequeño regato de cantos rodados y muchos indígenas pensaron que era el momento adecuado de comenzar una empresa chatarrera-acerera.
Y les fue bien. La verdad es que después de quemar los cuerpos, nadie se cuestionó la procedencia de aquel estilizado metal que acabaría sirviendo como base para utensilios de alimentación y divertimento. El problema fue la conciencia de los indígenas de la zona, que quedó manchada bajo el miedo a ser descubiertos por las autoridades neofascistas de su país. Bueno, del país en el que se encontraba su territorio.

Cuando se acabó el metal, pensaron que era momento de abandonar el miedo, puesto que la prueba fehaciente del accidente había desaparecido. Sin embargo, justo minutos después de que el último lingote de metal fuera vendido, las autoridades neofascistas se dieron cuenta de que habían desaparecido doscientas personas y el tren en el que viajaban dos años antes por aquella zona, así que pronto sugirieron que la autoría de tal masacre se debía inequívocamente a los ignorantes indígenas.
De este modo, las autoridades decidieron tomar como castigo una justicia equivalente. Mataron a todos los indígenas y despellejándolos, guardaron sus apiladas tiras de piel de cara a un negocio clandestino de peletería.
Pobres autoridades fueron, ya que cuando volvían de vuelta a la metrópoli, el camión en el que viajaban sufrió una extraña avería y se precipito por el mismo abismo en el que había caído aquel olvidado tren de pasajeros.
No les echaron en falta hasta que se produjo un incremento en la población de buitres carroñeros que, embelesados por el sabor de la carne putrefacta de aquellos agentes, desafortunadamente vieron en los ojos del alcalde de la metrópoli un auténtico manjar.

1 comentario:

Noelia dijo...

Para un montaraz, todo elemento de la naturaleza, sea una roca, un palo, incluso una hoja, puede llegar a ser útil de defensa ante el enemigo, llegando a convertirse en un arma mortal. Mientras que para otros, dichos objetos sólo son parte de aquello que configura un vello paisaje en un hermoso bosque.
Lo que para unos son unas utópicas ideas para convivir en sociedad, mediante la manipulación, otros pueden conseguir malograrlas y convertirlas en una bomba de relojería alimentada con odio y rencor a la espera del momento justo para explosionar, arrasando toda posibilidad de entendimiento mutuo.
La idea del honor y el valor se encuentran en constante variación, así como la moralidad cambiante de una sociedad que viaja en los vagones de lujo de un tren imaginario; ¿Descarrilará?; No lo sé.
Al fin y al cabo los buitres se alimentarían de los cuerpos inertes y seguirían con sus vidas, sin remordimiento, conciencia ni moral; Sólo lo harían por subsistencia; Sin maldad; Sin pecado; Sin culpa; Sin desprecio; Sin odio; ¿O quizás no sería así?
¿A dónde nos llevará la sociedad?; La decisión a tomar consiste en saber si queremos hacer el viaje con ella hasta el final, o abandonar el ferrocarril en la primera estación, buscando el propio camino aunque sea pedregoso, derribando cadenas, y ansiando una solución utópica; ¿Sería factible o no?
Puede que sí; Puede que no; ¿Quién sabe?
Antes o después todos hemos de elegir un camino a seguir.