lunes, 24 de noviembre de 2008

"Estaba en una estancia blanca hasta donde mis ojos lograban ver, infinita hasta donde no lograban ver, y silenciosa hasta donde lograba oír.
Cuando me desperté yacía tumbado de costado, en posición fetal, y llevaba la misma ropa que recordaba por última vez: la que llevaba puesta mientras paseaba entre aquel montón de chatarra oxidada buscando refugio por la lluvia.
Obviamente casi me da un telele cuando abrí los ojos, y durante aproximadamente dos minutos estuve en estado de shock en el suelo, sentado abrazando mis rodillas. Ya dije que todo era muy blanco y con mucha profundidad y que no había sonidos, y lo gracioso es que había un olor constante en el lugar.
Olía a hojarasca, sí, esa hojarasca típica del otoño entre abedules que se van quedando pálidos y más pálidos mientras las pisadas dejan marcas en un suelo blandito, embarrado, esperando que más y más hojas sepulten cada uno de los pasos. Y el viento, oh, el viento, y las bufandas con sus enfurecidos latigazos mientras los gritos infantiles y contentos retumban en el cielo y en los corazones sin anestesia de otros tiempos. Olía a hojarasca, olía a otoño, olía a aquel pasado en el que al caer la noche uno debía estar a resguardo entre las conversaciones de los mayores y la luz de una bombilla encendida."

Y tan natural lo sintió todo que perdió el miedo al lugar y comenzó a saltar y pegar gritos como en aquellos tiempos, cuando aún era sólo un niño. Y con sus botas del día anterior fue ensuciado con cada paso y cada salto de barro la superficie blanca impoluta, que con el paso de las horas fue perdiendo esplendor hasta que el cansancio hizo al joven detenerse. Y se detuvo para percatarse de que bajo cada uno de sus saltos y pasos enfurecidos por la alegría, la marca de barro y la suciedad se había convertido en vidrio. El suelo era el cristal de una pantalla, y detrás había sueños. Y pasados y todos los futuros por venir. Y descubrió que jamás volvería a sentir la hojarasca como en algún tiempo la sintió.

Y cada vez que atraviesa el parque con el frío en las mejillas sonrojadas y huele, siente dolor. Pero sabe que es la única manera para poder recordar.

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