jueves, 13 de noviembre de 2008

Estos son, cuando pululan por la habitación, los insectos que con su ruido impiden al mundo dormir. Polillas, mosquitos, saltamontes, ciempieses, hacen un ruido insoportable. Desde el momento en el que uno dirige su atención hacia ellos, la noche cubre su silencio con tesituras de hard-rock bar. Luces de neón, bajos implosionantes en el pecho, cuando entras por las puertas oscuras del bar cabe esperar cualquier movimiento. Justo detrás, en la nuca, por cada uno de ellos, surgen movimientos como reflejo de protección: hachas, espadas, dagas, cicuta, motosierras, tijeras, pistolas, cianuro, punzones, boro; todo entra en el imaginario colectivo como amenaza de integridad.




(Pero el agua es agua, y el aceite es aceite, y la diferencia de densidad es suficiente para que la combinación de ambos sólo pueda ser una mera ilusión transformada en anhelo.
¡Qué más querría yo que ser aceite para fundirme con tu cuerpo y que todos y cada uno de los segundos no tomara conciencia de mi condición!¡Qué más quisiera yo que compartir contigo la misma cucharada sopera!¡Qué más quisiera yo que ser más que mera parte de la existencia del olivo!
Y sin embargo se que yo soy el agua, y tú el aceite, y se que en Marte la densidad no era importante, pero aquí, en el mismo vaso de bohemia, el agua sigue siendo agua y el aceite sigue siendo aceite. ¡Qué más quisiera yo que los sabios de la química y de la física estén equivocados!¡Malditos neutrones, protones y electrones!¡Malditos pesos moleculares y malditos puentes de hidrógeno! Esperaré pues, otra vez más, para que ellos se hayan equivocado y que haya alguna manera de que el agua y el aceite juntos consigan llegar a ser algo. Haría replantearse los cimientos de la ciencia.)

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